Diario de un paseante (23-02-2014). Excursión a
Aranjuez.
La verdad es que Madrid es poco idílico, poco bucólico, poco
pastoral, es una ciudad que ha crecido desordenadamente, de manera poco
coherente, falta de homogeneidad, no existe ningún canon estético como sucede
en otras ciudades, salvo en zonas muy puntuales como el centro, y aún así no
deja nunca de imperar cierto desorden, cierto caos, todos esos rótulos y
escaparates de los comercios, esas estéticas superpuestas de una modernidad
hortera y en permanente cambio, en fin, hay que resignarse, hay lo que hay, tal
vez lo que más se salve sea la Gran Vía, la Castellana, la Puerta de Alcalá, Serrano,
Velázquez, poco más, uno sale de la ciudad intentando encontrar todo aquello de
lo que la ciudad carece, busca la calma, la naturaleza, la armonía, una
estética más cuidada, menos multitudes, algo, en definitiva, más idílico.
Decide uno irse a pasar el día a Aranjuez, suena idílico, un
palacio rodeado de jardines en mitad de la vega del río Tajo llena de huertas,
precioso, uno lo imagina así al menos, luego llega la realidad y le saca a uno
de su engaño, lo primero es el recorrido del tren, ese amasijo de hierros y
cemento, de eriales, barrios dormitorio impersonales en medio de la nada,
fábricas, deshechos, edificaciones abandonadas, cunetas sucias.
Ya parece que al fin se llega a Aranjuez, esperemos que haya
valido la pena tan feo recorrido, más valdría haberse dormido o haber cerrado
los ojos hasta llegar, al llegar todo cambia, hay verdor, árboles, bonitas
perspectivas, se ve el río, se llega a una estación antigua muy hermosa aunque
totalmente descuidada, sus inmediaciones recuerdan al camino que acabamos de
recorrer, amasijos de hierro y cemento, edificios abandonados, cunetas sucias,
improvisación, despropósito…, llegamos al Palacio, muy bonito, aparece como en
medio de la nada, los monumentos en España te los encuentras siempre de
improviso como al doblar la esquina, sin tiempo para prepararte, a traición, de
sopetón, según uno se acerca se da cuenta de que está muerto, el Palacio está
muerto, todo cerrado, y en un estado de descuidado abandono, con goteras, seguimos
caminando, jardines llenos de gente, recuerda a Madrid en sus multitudes
Aranjuez en domingo, el centro muy concurrido, edificaciones variadas, falta de
homogeneidad, pérdida de las señas de identidad, edificios históricos
totalmente abandonados, otros rehabilitados con escaso gusto, desvirtuados en
su uso, convertidos en sedes de organismos oficiales, carentes de todo encanto,
luego las afueras llenas de edificaciones vulgares como de cualquier parte,
absolutamente impersonales, feas, el jardín de Príncipe igualmente en estado de
abandono y enfrente, en la otra ribera de río Tajo, un camping, con toda su
vulgaridad, asomándose a los jardines reales, toca comer algo, tarea difícil,
todo muy turístico, insípidos menús del día a precios semieconómicos, al final
comí en un lugar llamado Quid, cerca de los jardines, en la pequeña terraza,
bastante bien, 16 euros, muy rico todo, les felicité, el vino excelente, pero
fue de chiripa, abunda lo mediocre.
Visita al Palacio, abandono de nuevo, el Patrimonio Nacional
necesita un cierto impulso, los relojes de los salones, magnífica colección de
relojes, no funcionan, cuando de niño iba con mis padres a visitar estos
Palacios era una delicia oír sus variadas y deliciosas sonerías todas a un
tiempo, antes supongo que habría relojeros que se ocuparían de eso, ahora ya
no, visitas guiadas sólo a primera hora de la mañana, como no hay visitas
guiadas por las tardes una parte del Palacio no se puede ver, todo es así de
absurdo, muy funcionarial, los balcones cerrados, todo hay que verlo con luz
artificial, otra cosa que en mi infancia y juventud no era así, en los Palacios
entraba la luz natural y las pinturas y todas las decoraciones lucían mucho más,
aparte que poder contemplar las perspectivas de los jardines desde las salas
del Palacio significa comprenderlo mejor, en la planta de abajo para despedir
al visitante han colocado una urna inmensa con los vestidos de novia de la
reina, las dos infantas y la princesa, aunque el propósito con que está hecho
no es ése, contemplarlo produce una tristeza enorme.
Vuelta a la estación caminando, regreso a Madrid, de nuevo
todo ese amasijo de hierros y hormigón entre un paisaje lunar. Uno se pregunta
qué imagen de España se llevan los turistas, si uno siendo de aquí sale
extrañado y sorprendido qué pensarán ellos que no están habituados.
Para colmo los espárragos no son de la huerta y las fresas
tampoco, vaya chasco, menos mal que no lo pedí.
Para terminar una reflexión sobre la idea de la monarquía
que me transmite la visita a Aranjuez, uno no puede evitar una visión marxista
de toda esa opulencia de jardines, fuentes monumentales, falúas, carruajes,
objetos artísticos, pinturas, tapices…, uno piensa al igual que cuando visita
las grandes catedrales, en toda esa pobre gente que andaría malviviendo de
cualquier manera en aquellas épocas pretéritas, justo al salir del Palacio hay
un enorme cuadro de la boda de Alfonso XIII, parece casi un niño, creo que es la Iglesia de los Jerónimos
Reales de Madrid, y el pintor pudiera ser Casado del Alisal por el estilo,
choca ver a toda la aristocracia en traje de gala doblar el espinazo ante la
regia pareja que baja del altar con aspecto infantil, uno comprende en un solo
golpe de vista la historia más reciente de España contemplando aquello, y
entiende lo que vino inmediatamente después.
Se va uno de Aranjuez con un regusto a egoísmo, desigualdad,
injusticia, indiferencia, avaricia, por parte de los poderosos hacia el pueblo,
privilegios en definitiva que el péndulo de la historia trató de corregir.
Un tanto decepcionante la visita en general.
Se vuelve uno a casa pensando en la fugacidad de la vida y
en la inutilidad de todo afán humano, nada queda hoy de aquellos reyes ricos y
poderosos, todo lo que atesoraron se fue perdiendo, se creían tal vez eternos y
el tiempo se los llevó.
El paseante
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