jueves, 22 de mayo de 2014

La siesta (Un asesino en las calles 9).




La siesta

Cuando terminaron de comer subieron a la habitación del hotel, allí el servicio de habitaciones había instalado ya una camita supletoria que parecía de niño, donde por el momento iba a dormir Bruttini, la habían colocado a los pies de la cama de Carballo, pegada a la pared de enfrente, presentaba un aspecto algo lamentable, como de campamento de refugiados, pero Bruttini estaba tan fatigado por el viaje y el cambio horario que apenas se recostó en ella quedó profundamente dormido y comenzó a roncar, a Carballo le producía tanta ternura el muchacho que le quitó como pudo la chaqueta, los zapatos y la corbata, y le aflojó el botón de la camisa y el cinturón del pantalón para que estuviera más cómodo mientras descansaba, Bruttini resopló como agradecido, se estremeció ligeramente y se dio la vuelta en la estrecha cama que apenas daba para sostenerle, pobre Bruttini, pensó Carballo, tan buen chico, tan esforzado, tan brillante, tan servicial, y sin embargo tan desaprovechado por culpa de la cochina envidia y el triunfo de los mediocres, sintió pena por todas las ilusiones del chaval, por su ingenua bondad, por todo su inconsciente  ímpetu que, pese a todo, seguía luchado por salir adelante y ser útil a la sociedad, por sobrevivir, Carballo se sentía identificado con ese Bruttini tan puro, tan esforzado, tan incrédulo, tan ingenuo, tan ilusionado, pero Carballo ya había pasado por aquello y se había decepcionado de todo eso, las ilusiones perdidas, pensó Carballo mientras contemplaba el joven cuerpo de Bruttini acurrucado contra la almohada, las ilusiones perdidas…
Carballo quería a Bruttini como a un hijo, como hubiera querido al hijo que nunca tuvo, y Bruttini quería a Carballo como a un padre, como al padre que nunca llegó a conocer, estaba claro, tenían una especial simbiosis.
Mientras Bruttini descansaba a Carballo se le ocurrió que antes de regresar a Madrid invitaría a Bruttini al ballet, el siguiente del programa de la temporada era Romeo y Julieta, seguro que a Bruttini le gustaría, era, al igual que Carballo una persona muy sensible, un temperamento artístico y creativo el cual se canalizaba a través de la investigación policial cuando le dejaban, consiguiendo unos espectaculares resultados.
Seguía mirando al muchacho, parecía vigilar su reposada respiración como una madre atenta, feliz de tenerle consigo y satisfecho de la generosidad y el interés que había demostrado viniendo desde tan lejos, cruzando el Atlántico, para ayudarle, como siempre, a resolver un nuevo caso, un caso del que se habían visto privados antes de empezar, pero eso era lo de menos ahora que estaban de nuevo juntos, porque ellos dos no necesitaban nada más que la compañía del otro para sentirse felices, eso bastaba para que todo fluyera y resultara fácil y los casos se resolvieran como por arte de magia.

(continuará)

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