Bety, no me censures te lo pido, no resisto esa mirada de
reprobación, tuve que hacerlo, tuve que entregarle mi alma al diablo, ni te
imaginas lo difícil que es conseguir una habitación en Venecia en pleno verano,
no quería acabar tirado en la calle como un mendigo, así que cuando me preguntó
si quería ser suyo para siempre le dije de sí, pero nunca imaginé las
consecuencias que esa decisión iba a traerme, aquello no podía imaginarlo, de
entrada fui objeto de lo que vulgarmente se conoce como una posesión infernal, y
eso qué es?, me preguntarás, pues es como un orgasmo pero a lo bestia, como una
explosión atómica de orgasmo, ves las estrellas, cuando lo tienes te das cuenta
de lo que es un orgasmo de verdad, lo demás son tonterías, y después te quedas
como nuevo, como si hubieras vuelto a nacer, superrelajado, como si volaras en
lugar de caminar, o te deslizaras sin tocar el suelo, te vuelves como
ingrávido, además después de la posesión infernal adquieres el don de la
ubicuidad, con sólo pensar que estás en un lugar te desplazas a él
instantáneamente, y además todo lo sabes, puedes leer los pensamientos de los
demás, y ves a los demás tal cual son, desnudos de mente y de cuerpo, como si
ya estuvieran pagando por sus penas en el infierno, porque la consciencia que
te da la posesión infernal te hace ver el mundo como una farsa y a los hombres
como diablos, y ser consciente de que es la maldad en realidad la que gobierna todo.
Me crees, Bety? No pensarás que todo esto me lo estoy
inventando, verdad?
Pero lo peor de la posesión infernal es, todo hay que
decirlo, ciertas secuelas físicas, pero eso te lo cuento el próximo día que lo
mismo te estoy aburriendo.
(continuará)
El paseante
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