Aunque cada día tengo menos dudas, estoy casi seguro de ser Dios.
Sé que no estoy loco, nunca me he creído Napoleón, soy demasiado alto para ser Napoleón, nunca he llevado el pelo con cortinilla, ni me he metido la mano en la solapa de la chaqueta, loco no estoy.
Pero lo de ser Dios es diferente, siempre me he considerado superior a cualquiera, en ocasiones, antes de ser clarividente, el ser superior lo consideraba como un signo de inferioridad, confundía inferioridad con diferencia, creía que siendo diferente era menos que el resto.
Luego fui descubriendo que mi lugar estaba fuera del resto, aparte, porque me movía siempre en un plano superior, en pensamientos, sentimientos, emociones, sensibilidad, y, sobre todo, en un plano superior desde un punto de vista moral.
Mi alma tenía una perfección, un grado de evolución y de cercanía con lo divino, que no podía compartir con nadie, de ahí que me sintiera solo, aislado, incomprendido, y que cualquier esfuerzo por mezclarme y ser como los demás acabara mal.
Durante mucho tiempo sufrí, pero luego vi la luz y comprendí que mi reino no era de este mundo, y menos del mundo actual, y que sólo sería feliz fuera del mundo, en el reino de espíritu y no en el reino de la carne.
La carne, lo material, me hastiaba hasta lo indecible, los espíritus que me rodeaban eran impuros, la soledad era pues algo inevitable, yo era por definición una instancia intangible en el mundo de lo humano, Dios entre los mortales, pero no lo comprendí hasta mucho tiempo más tarde.
Sólo recientemente he ido teniendo la revelación, soy Dios, y los que me conocéis bien sabéis a qué me refiero.
Es incuestionable, soy Dios.
Perdonadme si no os presto la debida atención cuando estáis en mi presencia, pero es que con frecuencia vuestras mezquindades, vuestra vida sin perspectiva, vuestras conversaciones, vuestros intereses, todo en vosotros me aburre mortalmente.
Cuando estéis conmigo no desaprovechéis la ocasión con vuestras vulgaridades, esperar a que yo me dirija a vosotros y os adoctrine, no llenéis el vacío del silencio, ese atributo sagrado, con la estulticia de vuestro pensamiento hecho palabras, no cometáis ese pecado.
Callad y escuchad cuendo estéis en presencia del maestro, yo hablaré.
vuestro Dios paseante
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