lunes, 19 de diciembre de 2011

Mira cuanta belleza.



Mira qué belleza de ciudad, mira como resplandece, como una joya tumbada en el horizonte, tumbada sobre el paño de terciopelo negro de un joyero, toda brillantes, esmeraldas, rubíes, zafiros, toda llena de piedras preciosas variadas, multicolores, como un brazalete olvidado sobre la tierra por algún dios del firmamento.
Tanta belleza, tanta, tanta belleza...
Sólo está ahí para contemplarla, para dar placer a la mirada, entornados los ojos de tanta deslumbrante hermosura no podemos sino quedarnos admirados de tan gran obra, involuntaria obra hecha de añadidos casuales cuyo resultado es, pese a todo, la armonía, la perfecta perspectiva, la justa proporción, la exacta graduación del color y de la luz.
Y por encima de todo, sobrevolando la ciudad, mi mirada, que como un halcón la sobrevuela cada atardecer cuando llego a casa, contemplando desde la lejanía el espectáculo del que hace poco acabo de formar parte, ahora tranquilo, solitario, ensoñador, paseante de los recuerdos, fugitivo de la realidad.
Madrid como un icono de ciudad en la lejanía, iluminada por millones de bombillas como una verbena de verano en invierno, como una verbena llena de farolillos en navidad.
Cosmopolita y multiétnico Madrid que de lejos sigue pareciendo un tenderete de feria.
Te quiero Madrid.
Ya te lo he dicho mil veces pero te lo repito una más, te quiero y no quiero perderte nunca.
Sin ti no sería capaz de vivir ya.
el paseante

No hay comentarios:

Publicar un comentario