Acabo de ver Annie Hall, no la recordaba ya, la vi por
primera vez siendo apenas adolescente, recuerdo que no la entendí, me aburrió,
me pareció una tontería, sin embargo ahora me he identificado totalmente con
ella, ha sido como ver mi vida, mis pensamientos, proyectados en la pantalla,
es lo que tiene haber vivido, te da capacidad de degustar.
La película es como todas las de Woody Allen una película
intemporal, es curioso cómo por las películas de Woody Allen no pasa el tiempo,
parecen recién hechas siempre, es la principal cualidad, tocan temas de siempre
desde enfoques muy cercanos que te hacen sentirte reflejado en ellas.
En esta película se toca el tema del amor, la pareja, el
desamor, el abandono, con gran sensibilidad y sentido del humor, con una visión
distanciada, con la distancia que de la inteligencia y la reflexión, algo tan
propio de Woody Allen.
Memorables escenas en este clásico del cine, que cuenta con
un disparatado y surrealista Woody Allen desesperado en su diletantismo
amatorio.
Me produce ternura el cartel de esta película, Woody y Diane
Keaton parecen dos muñequitos vistos en la distancia, lo que somos cualquiera
de nosotros en realidad desde un punto de vista sentimental.
La película es una miscelánea de ocurrencias, pensamientos,
reflexiones, neurosis, contradicciones, indefiniciones y amores imposibles.
Al final de la película Woody cuenta un chiste, un hombre va
al psiquiatra y le dice, mi hermano cree que es una gallina, el psiquiatra le
dice, y por qué no lo mete en un manicomio, el hombre le contesta, no puedo
porque necesito los huevos. Y concluye Woody que así son las relaciones
sentimentales, continúan porque necesitamos los huevos.
Woody, ese genio absoluto, imperecedero y atemporal.
El paseante
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