El ruiseñor del
cementerio. Cuento de año nuevo.
Érase una vez un ruiseñor que vino a decir a los hombres un
mensaje de amor y no fue escuchado por nadie, decepcionado se refugió en el
cementerio de la ciudad y allí contó su mensaje y fue escuchado por todas las
almas que allí habitan, tendidas sobre las praderas de verde hierba atentamente
escuchaban el canto de amor del bello ruiseñor que se quedó a vivir para
siempre entre los muros del cementerio, y el ruiseñor volaba de ciprés a
ciprés, y miraba al sol del mediodía mientras entonaba su melodía de amor que
se elevaba hasta el cielo desde su garganta cristalina.
Bello ruiseñor, ayer pude contemplarte picoteando la hierba
y pensé en ti contemplando tu bello plumaje, tu hermosa figura como de
porcelana, y me pareciste una frágil figura, fugaz presencia, que aún sabiendo
de la incomprensión, de la fatiga, de la desolación del mundo, seguía
proclamando su canto por entre las arboledas olvidadas entre las que las almas
demoran el paso para poder escuchar por más tiempo tu melodiosa voz, tu hermoso
canto de ave que no se sabe ave, que no cree ser un pájaro, y que sólo por
volar no piensa que sea diferente a nada, ni superior a nada, ni más ni menos
que nada.
Pasé fugaz y te vi eterno, y me reconocí en ti eterno
también, consciente en ti de mí fui por un momento, en ese momento soñado en el
que todo hombre vuelve de nuevo a ser él, y mi alma se juntó a las otras almas
que sentí junto a mí escuchando tu preciosa voz también, desde un infinito de
distancias que fueron voces y ahora son luces, que un día sonaron y ahora
brillan por entre las arboledas de este eterno jardín donde al fin reposan
mientras tú, ruiseñor del amor, las deleitas.
Y partí, me fui, salí de los muros que son tu morada, del
jardín soñado que brillaba a la luz del sol como ningún otro jardín del mundo,
parecía más un jardín del cielo que un jardín de la tierra, todo praderas de
luz, nubes de hojas, verdes azules, sonrosadas cimas de lomas perdidas en las
que las almas pasean y miran a lo lejos el mundo al que un día pertenecieron y
que hoy sólo recuerdan, me quedé por un momento detenido antes de salir y desde
ti hacia mí llegó por última vez tu canto de amor, creí que el momento iba a
durar siempre, o tal vez duró por siempre y durará por siempre en mí, en el
instante eterno de tu canto de luz.
Pequeño ruiseñor, frágil, niño aún, siempre niño del alma,
infantil ruiseñor como salido de los cuentos de mi infancia, de los cuentos que
mi madre me contaba al anochecer junto al brasero y la vieja radio, ruiseñor
mío de todas mis horas, de todas mis dichas, de las verdades siempre, suave
tacto en tu voz, tierna caricia de tu melodía, ruiseñor, ¿me escuchas?, dónde
fuiste ahora que ya no te oigo desde esta distancia que no podemos recorrer ni
tú ni yo para encontrarnos, si algún día ruiseñor me quieres de nuevo por un
momento eterno junto a ti volveré a contemplarte inesperadamente sobre la verde
pradera de luz de los campos elíseos.
(dedicado a mi tía Pilar)
José Ramón Carballo López
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