Lo primero que llama poderosamente la atención es el uso que
el pintor hace de la luz, o mejor dicho, cómo capta la luz en el cuadro, se
diría que la luz es la principal protagonista del cuadro, una luz total, parece
una intensa luz estival, de un mediodía del tórrido verano veneciano, una luz
de una belleza arrebatadora reflejada sobre la Piazzetta de San Marcos
haciendo destacar aún más si cabe su belleza y su cualidad de escenario abierto
al mar, cuyo telón de fondo no es sino la eternidad del mar, su infinita
perspectiva brumosa como un confín inabarcable en el que el alma entra en una
especie de soñera y se despega de todo, se inmaterializa por fin y se pierde en
la laguna veneciana, en la calma de su agua detenida como en un instante
infinito.
Me parece estar allí, me parece estar oliendo el salitre de
la laguna, el dulce aire húmedo, perfumado por el mar, entra en mí y me deleita
con su tenue aroma de vida, de universo, con su atronadora presencia que me
transporta más allá de mí, que trastorna mi existencia de hombre y me convierte
en un pequeño dios, en un aprendiz de dios, en un dios doméstico, en un dios de
andar por casa, un pequeño dios, en apenas un dios, apenas un hombre, que duda
si dejar de ser hombre para convertirse en un casi dios, preguntándose qué es
más, qué es más conveniente, recomendable, sabio, si seguir siendo hombre o ser
casi un dios por un instante, por el breve instante de tiempo que dura la
contemplación arrebatadora de esta intensa belleza que un hombre es incapaz de
asimilar totalmente salvo que durante un momento se trasmute en un pequeño
dios, en ese aprendiz de dios que todo hombre lleva dentro como una gota de la
sabiduría divina derramada sobre él al nacer.
No lo sé, se me embadurna la conciencia de calor, colores,
sensaciones, olores, me mareo, pierdo casi la consciencia, me trasporto a un
más allá inverosímil pero cierto, que está sucediendo, que es real, que es, al
menos, mi realidad, y todo esto por un cuadro, por la contemplación de un
cuadro, que me hace rememorar un instante del pasado, un recuerdo que yacía
dormido y olvidado en la memoria y que este lienzo hace que despierte con la
furia que en el pasado tuvo, con la misma furia con la que en aquel entonces me
aniquiló la conciencia de hombre y me despertó la conciencia de dios.
El paseante
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