Diario de un
paseante 22-12-2012 – 10:05. La pantalla del ordenador.
Parpadea el cursor delante de mis ojos, la pantalla como una
luna llena cuadrada iluminada en blanco, y yo absorto frente a ella me pregunto
qué voy a escribir en su blanco rostro, no sé siquiera si seré capaz de
escribir algo ahora, si seré capaz de escribir algo alguna vez, la escritura es
siempre una incógnita, a veces es algo natural,
habitual, corriente, fácil, necesario, algo como caminar, y a veces uno
queda preso de la impotencia sin saber bien por qué, de repente un buen día uno
está impotente de escrituras, o tal vez impotente para siempre de
imaginaciones, no se sabe nunca nada cierto frente a la pantalla del ordenador,
esa luna llena cuadrada e iluminada de blanca luz, sobre la cual uno va
poniendo en fila alineadas perfectamente por el ordenador las letras, las
palabras, las frases, los párrafos, las páginas, los escritos.
Deviene la escritura en una paráfrasis ininterrumpida de la
vida y uno llega a vivir mientras escribe o escribe mientras vive o tal vez
vive porque escribe o escribe porque vive, no se sabe, es algo confuso todo,
tal vez uno es sólo su escritura, nada más, su escritura que es como el
producto concreto de su pensamiento, su sentimiento, su emoción, su imaginación,
su creatividad, su conciencia, sus valores, su impotencia, su rabia. Uno
necesita hacer algo frente al mundo, frente a las cosas, frente a todo uno
necesita ser uno permanentemente, actuar, posicionarse a favor o en contra,
matizar, sí, matizar hasta el infinito la vida, su visión de la vida, en un
proceso de autoafirmación permanente, uno está corroborando frente a sí mismo y
frente a los demás cómo es permanentemente, y no sólo cómo es sino cómo va
cambiando, porque nada permanece y en esa impermanencia permanente de todo uno
sigue avanzando balbuceante como un sonámbulo de la vida chocando medio en
sueños con todo, tropezando con la vida, cayendo y levantando, mirando a veces
al frente, a veces al suelo, a veces a la nada, mirando dentro de uno, buscándose
siempre sin llegar a encontrarse del todo nunca y sabiendo que todo es ilusorio
y que todo final no es sino un nuevo comienzo en ese trasunto de la vida que es
la escritura, paráfrasis del pensamiento, el sentimiento, la emoción…
Vuelvo al principio, a la pantalla, a esa luna cuadrada que sigue
encendida delante de mí, pidiéndome algo, preguntándome algo, queriendo
averiguar algo de mí, la pantalla es la cara del lector, de todos los lectores,
de cualquier lector, la pantalla es mi espejo, mi reflejo, mi precipicio, la
sima que siempre me espera, y que me llama a caer por ella, la meretriz que
siempre me tienta y que sabe que al final siempre me engaña, como la misma
vida, por la cual voy cayendo mientras intento agarrarme a las palabras que
enloquecidas no hacen sino salir de mis dedos que tocan el teclado como un piano
electrónico que en lugar de música compusiera historias.
El paseante
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