Pecados de juventud.
Se hizo terrorista más por amor que por convicción, más por
seducción que por razonamiento, mató a un policía y en el fondo siempre creyó
que tan terrorista es el Estado al que representa el policía como el
anarquista, la fuerza que esgrimen es la misma, la fuerza del cañón de la
pistola y la bala, hay un momento que para exculparse del crimen dice que el
policía tenía también una pistola y que podía haberla utilizado.
La obra, un duelo dialéctico entre la funcionaria que debe
aprobar la libertad condicional y la anarquista que lleva 35 años en prisión
por el crimen cometido, plantea el problema del perdón y de la redención, del
arrepentimiento, de si es posible el arrepentimiento verdadero, y concluye,
según pude entender, que no puede existir ese arrepentimiento como tal en tanto
en cuanto la esencia del acto y la del pensamiento que le sirve de base es la
misma, la persona.
Y eso es aplicable a cualquier acto de cualquier tipo, no
sólo a un crimen, es como una especie de teoría de los actos propios, según la
cual nadie puede ir en contra de sus actos propios.
Y al final el dilema queda abierto, o eso pretende el autor,
no está claro cuál será la conclusión, si bien al fin parece imponerse la
teoría de que no debe haber redención en tanto que el arrepentimiento y la
petición de perdón no pueden ser sinceras, se basan en la necesidad de
libertad, en el egoísmo en definitiva, el mismo egoísmo que llevó a la
anarquista a matar.
Uno, o al menos yo, se pone de parte de la funcionaria de prisiones
es este dilema, duelo dialéctico, interpretativo, pulso estremecedor de la
conciencia en el que cualquiera se siente identificado y retratado en sus
pequeñas infamias.
Al final la funcionaria desbarata el engaño interesado de la
anarquista que no busca sino la satisfacción de su egoísmo personal sin estar
realmente arrepentida.
Magníficas interpretaciones de Magüi Mira y Ana Wagener, y la dirección de escena de José Pascual, en una
obra difícil por su sencillez representativa y su complejidad conceptual, es impecable, sobria y eficaz, muy directa y ceñida a la esencialidad del texto.
El paseante
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