martes, 14 de agosto de 2012

La película de la semana. Comer, beber, amar. Ang Lee. 1994.



Un gran chef se jubila, bueno, no sólo se jubila, sino que sabe que va a morir pronto, y decide dar un banquete a toda su familia y amigos, él mismo será el chef  de ese gran banquete, que será su gran y última obra maestra.
Ang Lee retrata la cocina como actividad artística, y al cocinero como artista, creador, innovador.
La primera cocina del mundo, la china, en todo su esplendor, nada que ver con el restaurante chino del barrio.
Y de fondo la ilusión por dar placer de un artista cuya vida se acaba, cuya obra termina, porque en arte de la cocina es perecedero, su éxito depende de nuestro gusto, es el arte más efímero, más unido al creador, tanto es así que con él muere.
La cocina no es una obra perdurable, es un proceso, cuyo resultado se consume, desaparece en nuestro paladar, se volatiliza en nuestro gusto, en nuestras papilas olfativas, gustativas, en la visión momentánea, texturas, formas, presentaciones, combinaciones, infinita en sus posibilidades, un continuo, una suma de intangibles difíciles de perpetuar, imposibles de perpetuar fuera de la mente del creador.
La cocina no es sino un saber hacer, como la vida.
Película atípica y por eso mismo única y genial sobre la vida, que no es sino un continuo comer, beber y amar.
Un canto a la vida, al buen gusto, a la armonía y al placer. 
Me recuerda a El festín de Babette, ¿la recordáis?, hablamos de ella hace algún tiempo.

el paseante

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