- Hace mucho, mucho tiempo, cuando
Devadatta era rey de Benarés, ¡escuchad todos el Játaka!, los cazadores del rey capturaron un
elefante y, antes de que recobrara la libertad, le colocaron un doloroso
grillete en una pata. Trató de arrancárselo
con dolor y furia en su corazón, y corrió desesperado de un lado a
otro de la selva en busca de los
elefantes, sus hermanos, para que se lo rompieran a pedazos. Uno a uno fueron intentándolo trabajando con
sus fuertes trompas, y fracasaron. Al fin todos fueron de la opinión que no había poder de animal alguno
que pudiera romperlo. En un bosquecillo había una cría de la manada, recién nacida, empapada aún de la
humedad del parto, cuya madre había muerto. El elefante trabado, olvidando sus propios dolores, dijo: «Si no
ayudo a este lactante, perecerá al paso de la manada». De manera
que, poniéndose sobre el recién
nacido, formó con sus propias patas una fortaleza que se mantuvo firme ante el empuje de la manada en
movimiento. Y solicitó de una virtuosa vaca leche para el pequeño, y éste creció, y el elefante trabado fue
su guía y su sostén. Pero un elefante tarda, ¡escuchad todos el Jâtaka!, treinta y cinco años en alcanzar
la plenitud de sus fuerzas y durante treinta y cinco Lluvias el elefante
trabado protegió al joven, y, mientras tanto, el cepo se iba
hundiendo cada vez más en su carne.
»Entonces, un día el elefante
joven vio el hierro medio hundido, y, dirigiéndose al viejo, dijo: «¿Qué es eso?» «Ésta es mi desdicha», contestó el que lo había protegido. Entonces el joven metió su trompa, y en un abrir y cerrar de ojos hizo
saltar el cepo, gritando: «La hora señalada ha sonado». Y de este modo el elefante virtuoso, que había
esperado pacientemente, practicando actos de bondad, fue puesto en libertad en el momento señalado por el
elefante joven, a quien había distinguido y cuidado, porque, ¡escuchad todos el Jâtaka!, el elefante era Ananda y el que rompió el anillo
era nada menos que Nuestro Señor en persona.
Kim de la India
Rudyard Kipling
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