Amo la naturaleza, desde niño la naturaleza es para mí lo máximo, mi padre me inculcó ese amor, la naturaleza para él siempre ha sido lo más grande y así me lo ha transmitido.
Respeto, valoro, venero la naturaleza, me postro ante ella, la adoro, me parece una diosa, la madre naturaleza, que nos cobija, alimenta, protege, ampara, da la vida.
Cuando estoy en plena naturaleza siento un bienestar no sólo físico sino fundamentalmente espiritual, la naturaleza colma mi alma de belleza, equilibrio, tranquilidad.
Ella me aporta todo lo que necesito como ser vivo a todos los niveles, sé que debo respetarla, a todos los seres vivos que ella contiene, y así me estaré respetando a mí mismo, un ser vivo más.
Siempre que puedo busco el contacto con ella y nunca me defrauda, me da su caricia siempre, me hace sentir bien, sana mi alma de las heridas de la vida, me reconforta.
Estar en la naturaleza hace que todo se vuelva pequeño ante su grandiosidad, grandiosidad en lo grande, pero más grandiosidad aún si cabe en lo pequeño.
Y es en la naturaleza, junto a ella, donde además me reencuentro con Dios de una manera más intensa, más fácil, más constante, contemplar la naturaleza y no creer en Dios me parece algo realmente imposible, porque es su obra, insuperable obra, grandiosa obra, reflejo de su divina presencia.
En fin, son mis ideas, respiro el aire puro del campo, me quedo extasiado con los olores tan deliciosos, con los delicados colores, las variadas tonalidades de la luz, el canto armonioso de los pájaros, el suave silbido del viento entre las hojas que las hace crepitar como si fuera una hoguera.
Me deleito, mis sentidos se esponjan, mi alma se ensancha, y todo en mí es pleno, bello y lleno de amor.
el paseante
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