El ángel caído es Satanás, tremendo que el diablo antes que diablo fuera ángel, es como lo de ser cocinero antes que fraile pero a la inversa y salvando las distancias, por supuesto, y con perdón de los cocineros, aunque en las cocinas también hace mucho calor como en el infierno.
Y calor, mucho calor, pasa este Satanás madrileño del parque del Retiro, calor bajo el sol del verano, se debe de poner a 100, a cien grados, porque es de bronce, imaginaros lo caliente que se pondrá el metal, será insoportable, pobrecillo, ¿o no?
Pero este pobre qué hizo, me pregunto, fue algo relacionado con el sexo, seguro, fuera del sexo no hay realmente pecado, el pecado es sólo sexo, siempre sexo, nada más que sexo, porque el pecado si no es divertido no es pecado, y el sexo es divertido, no cabe duda, lo más divertido.
A mí el sexo me pone a 100, a 100 grados de temperatura como al ángel caído del Retiro.
Pero él quedó petrificado el metal, en bronce, no sé si está bien dicho pero me entendéis, como en Sodoma y Gomorra, si volvías la vista atrás te convertías en estatua, y así ha quedado el ángel caído, convertido en estatua.
Pienso que es difícil no volver la vista atrás cuando se ha pecado tanto y tanto en el tema sexual, es tan placentero rememorar aquellos momentos de lujuria y fornicación, aunque sea pecaminoso, porque pecar se peca de pensamiento y de obra, y recordando se vuelve a pecar también.
La libido es un continuo pecar, un pecar interruptus.
¿Qué vergüenza!
Cada vez que paso por debajo de esta estatua me acuerdo de mí, de mis pecados sexuales, y vuelvo a pecar rememorando tanta perdición.
Terrible porque rememorando aquello me pongo también a 100 como este pobre Satanás que tenemos prisionero de su vuelo en picado, de su caída al infierno, de su proscripción de los cielos.
De todas maneras con los años se va pecando menos, pero también es cierto que se va pecando mejor, los pecados tienen más calidad...
el paseante
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