Acaban de poner en la tele El club de los poetas muertos y
he recordado mis tiempos de Bachillerato, la nostalgia, siempre la nostalgia,
últimamente estoy muy nostálgico, ¿será que me voy a morir?, volviendo al tema,
yo tuve mi Keating particular, en cuarto de Bachillerato tuvimos un profesor de
literatura como él, alguien que por fin nos comprendía y hacía que todo fuera
fácil, interesante, motivador, especial.
Sus clases de literatura eran una fiesta, aprendí en apenas
un año con él más literatura de la que he aprendido en toda mi vida, creo que
mi gusto por la lectura y mi interés por la escritura no hubieran seguramente
existido si no hubiera sido por él, yo no era mal estudiante, mediano, pero ese
año en literatura batí todos los records, en la redacción de todas las semanas
quedaba siempre el primero, semana tras semana durante un año me tocó leer la
redacción ante mis compañeros y luego oír los encendidos elogios del profesor
que me instaba a ser escritor, me sentía abrumado pero no podía dejar de escribir
lo que pensaba, lo que sentía, lo que me emocionaba.
Aquel año, en aquellas clases de literatura fui inmensamente
feliz.
Creo que mi gusto por el arte, el pensamiento y la
creatividad tienen en ese profesor su catalizador, sin él yo no sería el mismo,
sería diferente, él me abrió las puertas de un mundo diferente, una nueva
dimensión de la vida, y no sólo a mí, él también tenía como en la película su
club de los poetas muertos, y éramos toda la clase, que de aquellos
adolescentes lograra hacer aunque sólo fuera durante un año unas personas
sensibles y maduras fue un milagro, un milagro conseguido a fuerza de
sinceridad, diálogo, comprensión y razonamiento, algo en las antípodas de la
educación que imperaba en un colegio de curas de comienzos de los años 70 en la España franquista.
Pero como en la película a él también le echaron del
colegio, apenas duró un año, hizo que se tambalearan los cimientos de aquella
rancia educación tradicional hasta tal punto que el resto del claustro de
profesores se pusieron en su contra y le expulsaron porque supuestamente era
una mala influencia para nosotros, para nosotros que nos quedamos como
huérfanos cuando se marchó, no le dejaron ni despedirse de nosotros,
simplemente un buen día no volvimos a verle más.
Se daba la circunstancia de que además de nuestro profesor
de literatura era el tutor de mi clase lo cual suponía que éramos sus niños
mimados, nos adoraba, se notaba, cuando eres un adolescente necesitas de manera
especial la comprensión, el cariño, la escucha, y él nos daba todo eso, nos
comprendía de una manera muy especial porque era uno más entre nosotros, uno
más entre nosotros…, precisamente por eso le echaron.
La disculpa que dieron a nuestros padres es que nos metía
mano, fue vergonzante, encima nos mancharon a nosotros con esa falsa acusación,
aún recuerdo cuando mis padres me preguntaron si me había tocado, bochornoso y
humillante que el único profesor del colegio que no era gay sin sombra de duda
alguna al respecto fuera expulsado acusado de ser gay y de abusar de los
alumnos precisamente por quienes eso hacían de manera impune y de forma
continuada.
Aquella fue la primera lección en la vida sobre el
funcionamiento de las organizaciones, el precio de ser diferente, la amenaza
que supone para los demás el destacar, y el valor de la mentira.
No la he olvidado nunca, y siempre llevaré en el recuerdo a
aquel profesor de literatura que me inoculó el virus más preciado y devastador,
la más potente droga, el más peligroso narcótico, la búsqueda de la belleza, la
armonía y la verdad.
Y el más preciado don que jamás he recibido de nadie, la
integridad.
El paseante
(en recuerdo de mi profesor de literatura de cuarto curso de
bachillerato)
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