Cuando hubieron tomado el café, el Coronel FitzWilliam recordó a Lizzie que le había prometido tocar, y la joven se sentó enseguida en el piano. El Coronel puso la silla a su lado. Lady Catherine escuchó la mitad de la canción y luego siguió hablando, como antes a su otro sobrino, hasta que Darcy la dejo y, dirigiéndose con su habitual cautela hacia el piano, se colocó de modo que pudiese contemplar el aspecto de la hermosa ejecutante. Lizzie reparó en lo que hacía, y a la primera pausa oportuna se volvió hacia él con una ampla sonrisa y dijo:
-¿Cree usted asustarme, señor Darcy, viniendo a escucharme con esa seriedad? Pues yo no me amilano, aunque su hermana toque tan bien. Soy muy terca y nunca me dejo acoquinar. Cuanto más quieren acobardarme, más me engallo.
-No le diré que se ha equivocado-replicó Darcy-, porque no cree usted sinceramente que he querido azorarla, y he tenido el placer de conocerla lo bastante bien para saber que se complace usted en sustentar a veces opiniones que de hecho no son suyas.
Lizzie se rió con ganas ante aquella descripción de si misma, y dijo al coronel FitzWilliam:
-Su primo pretende darle a usted una linda idea de mí enseñándole a no creer palabra de cuanto yo le diga. Me angustia encontrarme con una persona tan dispuesta a descubrir mi verdadero modo de ser en un lugar donde yo me había hecho ilusiones de pasar por mejor de lo que soy. Realmente, señor Darcy, es muy poco generoso por su parte rebelar las cosas malas que supo de mi en Hertfordshire, y permítame decirle que es tambien muy impolítico, pues esto me podría inducir a desquitarme y saldrían a relucir cosas que escandalizarían a sus parientes.
-No la temo a usted-dijo él, sonriente.
-Dígame, por favor, de qué le acusa-exclamó el coronel FitzWilliam-.Me gustaría saber qué tal se porta entre extraños.
-Se lo diré, pero prepárese a oír algo espantoso. Ha de saber que la primera vez que le vi fue en un baile ¿qué cree usted que hizo? Pues no bailó más que cuatro números, a pesar de escasear los caballeros, y más de una señorita se quedó sentada por falta de pareja. Señor Darcy, atrévase a negarlo.
-No tenía el honor de conocer a ninguna de las señoritas de la reunión, excepto las que me acompañaban.
-Muy cierto, y en un baile no hay manera de que le presenten a uno…Bueno, coronel FitzWilliam, ¿qué toco ahora? Mis dedos están esperando sus órdenes.
-Puede que se me habría juzgado mejor-añadió Darcy-si hubiese solicitado que me presentaran. Pero no sirvo para atender a gente que no conozco.
-¿Vamos a preguntarle a su primo por qué es así?-dijo Lizzie sin dirigirse más que al coronel FitzWilliam-.¿Le preguntamos cómo es posible que un hombre de talento y bien educado, que ha vivido en el gran mundo, no sirva para atender a desconocidos?
-Puedo contestar yo mismo a esa pregunta-replicó FitzWilliam-sin interrogar a Darcy. Eso es porque no quiere tomarse la molestia.
-Reconozco-dijo Darcy- que no tengo la habilidad que otros poseen de conversar facilmente con las personas que jamás han visto. No puedo hacerme a esas conversaciones ni fingir que me intereso por sus cosas, como se acostumbra.
-Mis dedos-replicó Lizzie-no se mueven sobre este instrumento del modo magistral con que he visto moverse los dedos de otras mujeres; no tienen la misma fuerza ni la misma agilidad y no pueden producir la misma impresión. Pero siempre he creído que era culpa mía, por no haberme querido tomar el trabajo de hacer ejercicios. No porque mis dedos no sean capaces, como los de cualquier otra mujer, de tocar superiormente.
Darcy sonrió y dijo:
-Lo hace usted perfectamente. Ha empleado el tiempo mucho mejor que yo. Nadie que tenga el privilegio de escucharla podrá ponerle peros. Ninguno de nosotros hace comedia ante desconocidos.
Lady Catherine les interrumpió preguntándoles de qué hablaban. Lizzie se puso otra vez a tocar. Lady Catherine se acercó y, después de escucharla durante unos minutos, dijo a Darcy:
-La señorita Bennet no tocaría mal si practicase más y hubiese disfrutado de las ventajas de un buen profesor de Londres. Sabe lo que es teclear, aunque su gusto no es como el de Anne. Ésta habría sido una ejecutante maravillosa si su salud le hubiese permitido aprender.
Lizzie miró a Darcy para observar su cordial asentimiento al elogio tributado a su prima, pero ni entonces ni en ningún otro momento descubrió síntoma alguno de amor, y de actitud hacia la señorita Bourgh, Lizzie dedujo una cosa consoladora en favor de la señorita Bingley: que Darcy se habría casado con ella si hubiese pertenecido a su familia.
Lady Catherine continuó haciendo observaciones sobre la manera de tocar de Lizzie, mezcladas con numerosas instrucciones sobre la ejecución y el gusto. Lizzie las aguantó con toda la paciencia que impone la cortesía, y a petición de los caballeros siguió tocando hasta que estuvo preparado el coche de su señoría y los llevó a todos a su casa.
(homenaje a los 200 años de Orgullo y prejuicio de Jane Austen)
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