lunes, 18 de febrero de 2013

La aventuras de Pumby (3). La quina Santa Catalina.




Las aventuras de Pumby. Diario de un niño franquista. La quina Santa Catalina.

Los niños cuando íbamos de visita tomábamos quina Santa Catalina, el anuncio decía: y da unas ganas de comer…

Sal al balcón
Echa un jamón
Mira que viene Quinito
Quiero comer
Quiero beber
Y me muero de apetito

Éste era el gingle o lema del anuncio.

La quina sabía ligeramente amarga y la verdad es que abría el apetito, en casa de mis abuelos me daban un vasito de quina o de moscatel, sacaban las botellas de una alhacena que había en el comedor, era muy bonita, de madera torneada con cristales de color verde en las puertas y la repisa de mármol blanco, los pequeños vasitos de cristal llevaban esmeriladas una especie de cerezas, todavía lo recuerdo, es más, guardo uno de esos vasitos en la vitrina del salón como una reliquia de otro tiempo.

También me gustaba el vino de misa, ése el que más me gustaba porque era muy raro poderlo probar y porque era sagrado, yo me sentía sacrílego bebiendo aquel vino, primero porque era vino, segundo porque era de misa, y tercero porque yo era un pecador.

El vino de misa lo podías beber después de la comunión cuando ayudabas en misa, es decir, cuando hacías de monaguillo, en el colegio teníamos misa mayor todos los viernes y los miércoles misa en la pequeña capilla sólo para mi clase, hacíamos de monaguillos por turnos, cuando me tocaba hacer de monaguillo el cura me daba al terminar un sorbito de vino, exquisito, tenía el color igual que el Jack Daniels, tal vez por eso sea mi marca de whiskey preferida.

Me viene a la memoria en día que en la pequeña capilla ayudaba en misa un compañero que se llamaba Bolludo, en el colegio nos llamábamos por el apellido, el nombre era como si no tuviéramos, era ñoño llamar a otro compañero por el nombre, sólo por el apellido siempre, cosas del franquismo, había que ser muy hombres.

Bueno, pues ese día en misa, en la pequeña capilla, pasó algo curioso, sorprendente, inusual, Bolludo se arrodilló al lado del cura en el momento de la consagración, ocultó su rostro con la mano y entró en ese trance medio fingido medio real que produce el misticismo infantil, entonces comenzaron las sonrisitas y cuchicheos entre los compañeros, el cura estaba concentrado con la ostia y el cáliz en alto y murmuraba unas palabras en latín apenas audibles, me dieron un codazo y me señalaron a la bragueta de Bolludo, tenía una erección descomunal, cosas de la edad, el sexo en esas edades es muy potente y en ocasiones inoportuno, no se puede controlar, tal vez le excitaría la cera de las velas, además llevaba unos pantalones muy ceñidos, Bolludo era bastante recio y los pantalones parecía que iban a reventar con la presión de aquel enorme miembro que pugnaba por manifestar su presencia, como si de una fiera enjaulada se tratara.

Cuando terminó la misa el cura o padre le dio una colleja a Bolludo, se debió de pensar que había hecho alguna gracia en el momento de la consagración.

Tal vez se trató de la quina Santa Catalina. Quina del pecado…

(continuará)

El paseante


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