Las aventuras de
Pumby. Diario de un niño franquista. La quina Santa Catalina.
Los
niños cuando íbamos de visita tomábamos quina Santa
Catalina, el anuncio decía: y da unas ganas de comer…
Sal
al balcón
Echa un jamón
Mira
que viene Quinito
Quiero comer
Quiero
beber
Y me muero de apetito
Éste
era el gingle o lema del anuncio.
La
quina sabía ligeramente amarga y la verdad es que abría
el apetito, en casa de mis abuelos me daban un vasito de quina o de
moscatel,
sacaban las botellas de una alhacena que había en el comedor, era muy bonita, de madera
torneada
con cristales de color verde en las puertas y la repisa de mármol
blanco, los
pequeños vasitos de cristal llevaban esmeriladas una especie de cerezas,
todavía lo recuerdo, es más, guardo uno de esos vasitos en la vitrina
del salón
como una reliquia de otro tiempo.
También
me gustaba el vino de misa, ése el que más me
gustaba porque era muy raro poderlo probar y porque era sagrado, yo me
sentía
sacrílego bebiendo aquel vino, primero porque era vino, segundo porque
era de misa,
y tercero porque yo era un pecador.
El
vino de misa lo podías beber después de la comunión
cuando ayudabas en misa, es decir, cuando hacías de monaguillo, en el
colegio
teníamos misa mayor todos los viernes y los miércoles misa en la pequeña
capilla sólo para mi clase, hacíamos de monaguillos por turnos, cuando
me
tocaba hacer de monaguillo el cura me daba al terminar un sorbito de
vino,
exquisito, tenía el color igual que el Jack Daniels, tal vez por eso sea
mi
marca de whiskey preferida.
Me
viene a la memoria en día que en la pequeña capilla
ayudaba en misa un compañero que se llamaba Bolludo, en el colegio nos
llamábamos por el apellido, el nombre era como si no tuviéramos, era
ñoño
llamar a otro compañero por el nombre, sólo por el apellido siempre,
cosas del
franquismo, había que ser muy hombres.
Bueno,
pues ese día en misa, en la pequeña capilla, pasó
algo curioso, sorprendente, inusual, Bolludo se arrodilló al lado del
cura en
el momento de la consagración, ocultó su rostro con la mano y entró en
ese trance
medio fingido medio real que produce el misticismo infantil, entonces
comenzaron las sonrisitas y cuchicheos entre los compañeros, el cura
estaba
concentrado con la ostia y el cáliz en alto y murmuraba unas palabras en
latín
apenas audibles, me dieron un codazo y me señalaron a la bragueta de
Bolludo,
tenía una erección descomunal, cosas de la edad, el sexo en esas edades
es muy
potente y en ocasiones inoportuno, no se puede controlar, tal vez le
excitaría
la cera de las velas, además llevaba unos pantalones muy ceñidos,
Bolludo era
bastante recio y los pantalones parecía que iban a reventar con la
presión de
aquel enorme miembro que pugnaba por manifestar su presencia, como si de
una fiera enjaulada se tratara.
Cuando
terminó la misa el cura o padre le dio una colleja a
Bolludo, se debió de pensar que había hecho alguna gracia en el momento
de la
consagración.
Tal vez se trató de
la quina Santa Catalina. Quina del
pecado…
(continuará)
El
paseante
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