miércoles, 25 de julio de 2012

Paso decisivo.


En ocasiones, cuando hay que tomar una decisión, uno siente un enorme peso, ¿qué hacer?, se pregunta uno, menudas dudas, blanco, negro, gris...
El problema es cerrarnos las puertas para el futuro definitivamente, si no se tienen las cosas claras pero se duda mal asunto, tal vez mañana sea ya tarde, madre mía, qué horror tener que decidirse ya, era mejor no tener que hacerlo, desde luego, pero tal vez sea necesario, no lo sé, ¿qué hago?
Ahora o nunca.
¿Ahora o nunca?
¡Ahora o nunca!!!!!!!!!!!!!!!!!
Pues ahora...
¿Ahora?
Espera mejor un poco, tal vez no sea aún el momento...
Bueno, da igual, si en realidad lo tengo claro desde el primer momento, ¿lo tengo claro?, por supuesto, pero no hay que precipitarse tampoco, hay que dejar posar las decisiones, que se aquiete el ánimo, que se calmen las turbulencias del espíritu.
Menuda responsabilidad decida lo que decida, prefiero no tener que decidirme nunca, vivir en el limbo de la no decisión, ese mundo fantástico en el que todas las posibilidades están abiertas.
Está fuera de duda, no hay color, pero cuanto más tiempo pasa es peor, como que la decisión se desvanece, pierde color, se difumina, sufro una especie de síndrome de Estocolmo de la decisión que no voy a tomar, me hago amigo de ella, me pongo a su favor, de repente cambio de decisión y vuelvo a caer preso de la duda pero en sentido contrario.
Esto es patológico pero ningún psicólogo puede ayudarme, la decisión es personal e intransferible siempre, para bien o para mal.
A veces los dioses nos castigan concediéndonos nuestros deseos...
En cuanto me decida y no tenga ya arreglo sé que me voy a arrepentir decida lo que decida.
Y es que es todo tan relativo...
No tengo las ideas claras nunca, os lo confieso, y menos en estas cosas.
Que qué cosas son esas, pues el amor.
O tal vez las tenga clarísimas pero tema estrellarme, bueno siempre nos quedará París, y la literatura, claro...


el paseante

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