martes, 10 de julio de 2012

El cuadro de la semana. Room in New York. Edward Hooper.


Tampoco estos dos parece que se entiendan muy bien, se nota falta de comunicación, cada uno a lo suyo, él absorto en su periódico y ella pulsando aburrida las teclas de piano, si el cuadro se hubiera pintado hoy en día seguramente él tendría el ipad entre las manos y ella estaría tecleando en el ordenador.
Es lo mismo, la historia de siempre, el tiempo pasa pero sigue sucediendo hoy lo mismo que sucedía ayer y que sucederá mañana,
La monotonía, la maldita monotonía.
Y esa puerta tan cerrada que hay detrás, que por no tener no tiene ni bisagras ni picaporte, es otra de esas puertas trampa de Hopper, falsas puertas que no conducen a ningún lugar, que no permiten irse a ninguna parte, ni escapar.
Contradictorio el tono rojo del cuadro con la escena, ¿existirá aún la pasión entre estos dos?, parece difícil.
Lo que sí que es muy amplio es la ventana, más amplia que la habitación, parece indicarnos una ventana tan amplia y tan abierta que podemos tirarnos por ella en cualquier momento, como último recurso nos queda el suicidio.
¿Y después del suicidio?
Vuelta a empezar y más monotonía.
Me pregunto si se quisieron alguna vez, si alguna vez fueron felices, si tendrán hijos, de qué hablarán cuando hablen, si es que llegan a hablar en algún momento, que sentirán aparte de monotonía, y si tienen algún plan de futuro para sus vidas aparte de seguir vegetando.
Vegetar, lástima, ser humano y acabar siendo un vegetal.
Como la planta de mi despacho.
¡Qué triste!
De todas maneras lo vengo diciendo, dentro de un cuadro de Hopper no se puede ser feliz nunca, salir de ahí cuanto antes, seguramente dentro de un cuadro de otro pintor vuestro matrimonio funcionaría mejor, recuperaríais la pasión, en interés por el otro, el deseo, conversaríais, seríais felices.
Os recomiendo iros a un cuadro de Matisse, quizás vuestros contornos serían más imprecisos, los colores más estridentes, el mundo no sería tan simétrico, tan lógico, tan predecible, pero habría otra alegría, otra magia, otro optimismo, otra sensualidad.
Necesitáis algo de locura.
Cualquier interior de Matisse antes que esta penuria existencial a la que estáis abocados con Hopper.
Y nada de una habitación en Nueva York para pasar vuestras vidas, de meteros en alguna habitación meteros en una de París o de un hotel de la Costa Azul.
Sin dudarlo, ir a la agencia de viajes más cercana y sacar un billete para Matisse.
El matrimonio con Hopper es un infierno.
Está comprobado.

el paseante

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