martes, 24 de julio de 2012

Rompeolas de todas las Españas.


Aquí ha tenido lugar todo, el levantamiento del 2 de mayo contra Napoleón, la proclamación de la II República Española, el 15 M.
Y todo seguirá sucediendo siempre a buen seguro en esta plaza, llamada Puerta del Sol porque en tiempos inmemoriales albergaba una de las puertas de acceso al amurallado Madrid medieval.
Es una elipsis perfecta, presidida por la antigua Casa de Correos, que luego fuera sede del Ministerio de la Gobernación y hoy es sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid.
Kilómetro cero, estatua del oso y el madroño, símbolo de Madrid, la estatua de la Mariblanca, una réplica en realidad, el original se conserva en el museo municipal.
Plaza remodelada recientemente de manera muy acertada en mi opinión, potenciando su cualidad principal, el ser lugar de encuentro, rompeolas, un rompeolas debe estar despejado.
Quedan tras la reforma realzadas las hermosas fachadas decimonónicas de la plaza, lástima que se haya perdido el tradicional anuncio de Tío Pepe Sol de España embotellado, y que el antiguo edificio del Hotel París que lo albergaba siga aún en obras, según parece para futura sede de Apple, cosas de la devastadora modernidad.
En verano hace mucho calor en la plaza, es toda de granito, como buen rompeolas, y en invierno no hay donde resguardarse de las inclemencias del tiempo que bate en la plaza sus rigores, rompeolas al fin...
Todas las mareas de España acaban llegando a la plaza y rompiendo sus olas, mansas o tumultuosas en ella, y luego hay siempre como una resaca de la marea que se lleva todo y deja la plaza limpia para los siguientes, para la siguiente tempestad.
Y es que Madrid pese a no tener mar es una ciudad muy marítima porque tiene esa cualidad de dique de contención de todos los vendavales, de todas las mareas, de todas las tormentas, de todo el malestar.
Además Madrid tiene su propio mar, un mar inverso que habita en el cielo límpido, puro, espejo de todos nosotros los madrileños y en el cual nos miramos cada día.
Un cielo que cae desbordado sobre la ciudad en cascadas de luz incesante, o en tumultos de sombras amenazantes, un mar, el mar al fin y al cabo.
Vuelvo a la plaza continuamente, la plaza me atrae como un imán, me compro una napolitana en la Mallorquina, me compro un cd en El Corte Inglés, miro el reloj a lo alto de la Real Casa de Correos, pero me da igual la hora, lo miro sólo por saludarle, por saber que sigue ahí como siempre, subo por la calle de Correos hacia mi casa y antes de volver la esquina me vuelvo a mirar la plaza por última vez y me quedo quieto contemplándola en toda su hermosura de plaza llena de vida, de luz, armonía y felicidad.
Y me pregunto, sí, me pregunto cuándo llegará la siguiente marea hasta este rompeolas y si será la marea definitiva.
Seguro que no.
Las mareas no son nunca definitivas.

El paseante Neptuno de Madrid

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