martes, 17 de julio de 2012

El cuadro de la semana. Mujer solitaria. Edward Hopper.


Está sola, sí, seguro, está sola y pensativa, triste, replegada en sí misma, elegantemente vestida, tomando un café, de espaldas a la cristalera, de espaldas a la calle, de espaldas al mundo, parece que es invierno por la vestimenta, el radiador parece irradiar calor, la luz artificial resulta cálida, protectora, acogedora, tal vez la superficie de la mesa sea de mármol, puede ser, la silla se ve antigua, como algo anterior a la época que el cuadro representa, por el ventanal no se divisa nada, no se distingue nada, todo es oscuridad, sombras, un mundo a oscuras, desconocido, hostil tal vez, misterioso, un mundo que espera, que está esperando detrás de la cristalera como un abismo insondable, un precipicio que nos llama, del cual no podemos escapar, se trata sólo de un pequeño paréntesis delante de una taza de café, un paréntesis momentáneo en la travesía de la vida, en sus afanes, sus luchas, sus ilusiones, sus fracasos.
La mujer resulta atractiva, bien vestida, con cierto glamour, las piernas se ven bonitas, brillan ligeramente las medias sobre las piernas, el cuello y las mangas de piel del abrigo dan un toque especial a la figura, la realzan, la cierran sobre sí misma, es como si la figura quedara subrayada por la piel que remata el abrigo, y el verde del abrigo, verde veronés, muy apropiado también, le da una nota de color y de distinción a la vez.
Sobre la cristalera se reflejan las luces del techo, se pierden en el infinito de la oscuridad de la noche, o de la tarde tal vez, en invierno anochece tan temprano...
En todo caso no hay luz de sol, no hay sol, está ausente, la luz es artificial, pocos pintores han pintado la luz eléctrica, ahora mismo recuerdo sólo a Hopper, para un pintor la luz del amanecer, de la mañana, del atardecer, del ocaso, es como un delirio, el juego de la luz del sol en sus diferentes momentos del día iluminando el cielo, las cosas, la vida, los paisajes, las personas.
Hopper pinta todos sus cuadros con una especie de luz eléctrica, hasta la luz del sol parece eléctrica en sus cuadros, es decir, artificial.
Parece decirnos que bajo esa luz no cabe escapatoria, que es un artificio también, que estamos apresados en ese cuartucho iluminado por una bombilla que cuelga del techo que es el mundo para él, nada de belleza, de esplendor, de felicidad, de plenitud, sólo una desarmonía, una estridencia, externa e interna, toda volcada al exterior en la representación pictórica.
Os lo digo siempre y os lo repito ahora, dentro de un cuadro de Hopper nunca se puede ser feliz, y a esta pobre infeliz que aparece en el cuadro le vuelvo a decir lo mismo, sal de ahí cuanto antes y no vuelvas a meterte en un cuadro de Hopper, es una trampa, la trampa de la infelicidad, la insatisfacción, el desconsuelo.


el paseante


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