martes, 3 de julio de 2012

La Mamounia.



Hotel La Mamounia en seis instantes

Para este hotel -que es mucho más que un hotel- cualquier adjetivo es un epíteto. Su nombre implica leyendas, lujo y belleza, pero también discreción, tradición y naturaleza. He aquí seis momentos únicos que no podrían acontecer en otro lugar del mundo.
Todo adjetivo se convierte en epíteto cuando acompaña a La Mamounia. Este hotel que es un destino en sí mismo, un monumento, un símbolo, es también un gran y bello motivo para viajar a Marruecos.
Su historia, repleta de leyendas y realidades, tan viva, tan presente en sus esmerados interiores, en su servicio exquisito pero nunca artificial, es una razón para visitarlo. Pero hay más, muchos instantes únicos que construyen una experiencia inolvidable. Aquí recogemos seis.

1. El sabor, el olor

La Mamounia huele a cedro. Sabe a agua de azahar y almendra, a dátil. Pues así reciben al huéped. También depara viajes a través del paladar con Le Marocain (tan impresionante como su comida es la colección de fotografías en blanco y negro de Marruecos que cuelga de sus paredes), con Le Français comandado por Jean Pierre Vigató y con L'Italien, a cargo de Alfonso Iaccarino. ¿A qué suena? A una música constante: la de los instrumentos, la de los pájaros, la del muecín, la del agua.

2. El agua

El culto al agua es intrínseco a su civilización. La Mamounia, una de las más bellas encarnaciones de la identidad marroquí, homenajea constantemente su pureza y frescor: En su piscina inmensa, tratada con ozono, a imagen y semejanza del estanque de la Menara. En sus 27 fuentes. En su idílico spa. Adornado con un sinfín de galardones, es de una azul inmenso. Lo conforman 2.500 metros cuadrados consagrados a la cultura del agua y el bienestar, a través de tratamientos ancestrales y prestigiosas firmas de belleza.

3. El mito

La Mamounia nació para ser un mito. Por ella pasaron todas las personalidades del siglo XX. Aquí se abandonaba Churchill al placer su Romeo y Julieta y por eso ahora le dedican un bar -de cuero rojo, humo y jazz-. Por aquí paseaba también Yves Saint Laurent cuando abandonaba su casa. Políticos y artistas, esa mezcla extraña, peregrinaron a La Mamounia. Hoy, su clientela, en buena parte anónima, sigue siendo un aderezo más.

4. El verde

¿Cuántos verdes componen los jardines de La Mamounia? Imposible saberlo, aunque sepamos que sus ochos hectáreas las tapizan 2.500 plantas y 5.000 rosales. Esos jardines que el sultán regaló a su hijo en el siglo XVIII son una auténtica delicia y todo lo que de ellos se escriba difícilmente le hará justicia. Resulta especialmente conmovedor recorrerlos cuando cae la tarde y el jolgorio de los gorriones se enreda en el canto del muecín. A un lado queda la pista de tenis, con sus aires coloniales, y también el gimnasio. Al fondo, como un dulce espejismo, se alza el pabellón de Le Menzeh, donde el chef pastelero Richard Bourlon expone sus delicias para deleite de los golosos.

5. El rojo

La Mamounia sólo podía estar en Marrakech, hechicera y caótica, rica y pobre, medieval y moderna. Roja. Pocos lugares son tan mágicos y, al tiempo, tan accesibles como su medina. La ciñen sus murallas de barro encargadas de preservar la virginidad que tanto amaron los almorávides y por eso la colmaron de mezquitas y palacios. Puede contemplar esas mismas murallas alzando la vista desde su tumbona. Están allí, donde termina la vista, porque forman parte de la arquitectura del hotel, otra de sus más maravillosas señas de identidad.

6. Léxico familiar

Jacques Garcia lo entendió todo. Como si las paredes le hubieran hablado. A este arquitecto francés se le encomendó volver a vestir a La Gran Dama (pues así la llaman), y empezó desnudándola. La despojó de todo aquello posterior a 1930. Y con la ayuda de miles (que se dice pronto) de artesanos rescató su léxico familiar para que La Mamounia volviera a hablar en árabe. Se necesitaría un diccionario para nombrar todas las técnicas ancestrales que se emplearon y otro para saber cómo se denomina cada alfombra, cada artesonado, cada muro cincelado. No se necesita nada, en cambio, para perderse en su belleza y terminar reencontrándose. Así, en un bucle de placeres minúsculos, de instantes, que hacen que La Mamounia sea un lugar único en el mundo.

| Más información de La Mamounia en www.mamounia.com

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