martes, 17 de julio de 2012

Lo físico y lo psicológico.


Están íntimamente relacionados lo queramos o no, el hombre está compuesto de esos dos factores indisolubles, hay una retroalimentación continua entre ellos, y con frecuencia lo uno lleva a lo otro y viceversa.
El malestar físico y el malestar psicológico...
El malestar psicológico y el malestar físico...
Creo que conviene analizar todo esto con cierto detenimiento...

Partamos de un ejemplo práctico:
El domingo pasado me dejó el coche tirado en la carretera.
Analicémoslo...

La física, la mecánica, fallaron, de acuerdo, eso se acepta desde la racionalidad, desde el pensamiento, hacía calor, mucho calor, un sol de justicia como suele decirse, y el paraje estaba solitario, la desolación, el desamparo, uno se siente vulnerable, ¿qué va a pasar conmigo?
Sed, hambre, miedo, calor, agotamiento.
Todos estos procesos físicos se reavivan ante la calamidad padecida, si bien en un análisis riguroso no debería ser así.
Lo físico y lo psicológico estrechamente unidos, indisolublemente unidos, en una simbiosis total.
El alivio de saber que la grúa está en camino, pero cuánto tardará, será capaz de dar conmigo, mucho calor, qué mala suerte, pero detrás de este pensamiento otro que decía, bueno, mientras todos los males tengan arreglo, peor habría sido tener un accidente.
Uno pone involuntariamente en marcha los mecanismos de la compensación psicológica, trata de parar el pensamiento, de tener calma, de relativizar, de conformarse, de ser positivo.
Gracias a todo eso la situación se va percibiendo de una manera más conveniente, realista, útil.
Pero también uno analiza el proceso de emoción-pensamiento en el que ha caído sin poder evitarlo, y en el que sigue cayendo, aunque ya bajo control, y se pregunta si es inevitable o sí hay otra manera de encarar el problema, cualquier problema, que no sea esa especie de ansiedad infantil en la que uno se sume en cuestión de segundos, se supone que uno es ya una persona madura..., no debería entrar en pánico tan fácilmente.
Y esto ante un problema bastante trivial, me pregunté cómo me pondría ante un problema realmente grave y me contesté que con frecuencia ante lo más grave reaccionamos mejor, sacamos más fuerzas al menos en el instante en que sucede porque lo vemos como más inevitable, lo más nimio parece una contrariedad tonta que da más rabia, nos parece que hubiera podido ser más evitable, cuestión de percepción.
Todo en la vida viene a nosotros en un momento dado por algún motivo.
Y ahora un consejo, que no se os olvide llevar el coche a revisión antes de iros de vacaciones.


el paseante

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