"¿Has visto a la
gente que triunfa? ¿Puedes encontrar mayores fracasados? Has oído el proverbio
de que no hay nada que tenga tanto éxito como el éxito. Es absolutamente falso.
Me gustaría decirte: no hay fracaso mayor que el éxito. El proverbio debe de
haber sido inventado por estúpidos. No hay fracaso mayor que el
éxito.
Se dice de Alejandro Magno que el día en que se convirtió en el conquistador del mundo, cerró las puertas de su habitación y empezó a llorar. No sé si realmente sucedió o no sucedió, pero si tuvo algo de inteligencia, así debió de suceder.
Sus generales estaban confundidos, ¿qué le estaba ocurriendo? Nunca habían visto a Alejandro llorar. Él no era de esta clase de hombres, él era un gran guerrero. Le habían visto en graves dificultades, en situaciones donde la vida corría gran peligro, donde la muerte era inminente, y nunca habían visto brotar las lágrimas de sus ojos. Nunca le habían visto en un momento bajo, de desesperación. ¿Qué le estaba sucediendo ahora, ahora que había triunfado, ahora que era el conquistador del mundo?
Llamaron a su puerta, entraron y le preguntaron, «¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras como un niño?» Él contestó, «Ahora que he triunfado, sé que he sido un fracasado. Ahora sé que estoy exactamente en el mismo lugar en el que estaba cuando empecé con esta estupidez de conquistar el mundo. Y esto se me ha hecho evidente porque ahora no hay otro mundo que conquistar; sino, hubiera seguido en lo mismo, habría podido empezar a conquistar otro mundo. Ahora no hay otro mundo que conquistar, ahora no hay nada más que hacer y de repente he sido devuelto a mí mismo».
Un triunfador, al final, siempre es devuelto a sí mismo y entonces sufre las torturas del infierno porque desperdició toda su vida. Buscó y buscó, se jugó todo lo que tenía; ahora ha alcanzado el éxito y su corazón está vacío y su alma carece de importancia y para él no hay fragancia alguna, no hay dicha alguna.
Por eso lo primero es saber exactamente qué es lo que estás buscando. Insisto en ello porque cuanto más fijas tus ojos sobre el objeto de tu búsqueda, más empieza a desaparecer el objeto. Cuando tus ojos están absolutamente fijos, de repente no hay nada que buscar. De inmediato tus ojos empiezan a volverse hacia ti mismo. Cuando no hay un objeto para la búsqueda, cuando todos los objetos han desaparecido, aparece el vacío. En ese vacío surge el cambio de rumbo, el ir hacia dentro. De repente empiezas a mirarte a ti mismo. Ahora no hay nada que buscar y surge un nuevo deseo de conocer a este buscador.
Si tienes algo que buscar, eres un hombre de mundo. Si no hay nada que buscar y la pregunta «¿ Quién es éste que busca?» se ha vuelto importante para ti, entonces eres un hombre religioso. Esta es la forma en que defino al hombre mundano y al hombre religioso.
Si todavía estás buscando algo --puede que en la otra vida, en la otra orilla, en el cielo, en el paraíso, en el moksha, da igual-- eres todavía un hombre mundano. Si ha cesado toda búsqueda y de repente te has hecho consciente de que solamente hay una cosa que buscar ¿Quién es este buscador que hay en mí? ¿Qué es esta energía que desea buscar? ¿Quién soy yo? entonces surge una transformación. De improviso todos los valores cambian. Has empezado a ir hacia dentro".
Osho, El arte de morir
Se dice de Alejandro Magno que el día en que se convirtió en el conquistador del mundo, cerró las puertas de su habitación y empezó a llorar. No sé si realmente sucedió o no sucedió, pero si tuvo algo de inteligencia, así debió de suceder.
Sus generales estaban confundidos, ¿qué le estaba ocurriendo? Nunca habían visto a Alejandro llorar. Él no era de esta clase de hombres, él era un gran guerrero. Le habían visto en graves dificultades, en situaciones donde la vida corría gran peligro, donde la muerte era inminente, y nunca habían visto brotar las lágrimas de sus ojos. Nunca le habían visto en un momento bajo, de desesperación. ¿Qué le estaba sucediendo ahora, ahora que había triunfado, ahora que era el conquistador del mundo?
Llamaron a su puerta, entraron y le preguntaron, «¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras como un niño?» Él contestó, «Ahora que he triunfado, sé que he sido un fracasado. Ahora sé que estoy exactamente en el mismo lugar en el que estaba cuando empecé con esta estupidez de conquistar el mundo. Y esto se me ha hecho evidente porque ahora no hay otro mundo que conquistar; sino, hubiera seguido en lo mismo, habría podido empezar a conquistar otro mundo. Ahora no hay otro mundo que conquistar, ahora no hay nada más que hacer y de repente he sido devuelto a mí mismo».
Un triunfador, al final, siempre es devuelto a sí mismo y entonces sufre las torturas del infierno porque desperdició toda su vida. Buscó y buscó, se jugó todo lo que tenía; ahora ha alcanzado el éxito y su corazón está vacío y su alma carece de importancia y para él no hay fragancia alguna, no hay dicha alguna.
Por eso lo primero es saber exactamente qué es lo que estás buscando. Insisto en ello porque cuanto más fijas tus ojos sobre el objeto de tu búsqueda, más empieza a desaparecer el objeto. Cuando tus ojos están absolutamente fijos, de repente no hay nada que buscar. De inmediato tus ojos empiezan a volverse hacia ti mismo. Cuando no hay un objeto para la búsqueda, cuando todos los objetos han desaparecido, aparece el vacío. En ese vacío surge el cambio de rumbo, el ir hacia dentro. De repente empiezas a mirarte a ti mismo. Ahora no hay nada que buscar y surge un nuevo deseo de conocer a este buscador.
Si tienes algo que buscar, eres un hombre de mundo. Si no hay nada que buscar y la pregunta «¿ Quién es éste que busca?» se ha vuelto importante para ti, entonces eres un hombre religioso. Esta es la forma en que defino al hombre mundano y al hombre religioso.
Si todavía estás buscando algo --puede que en la otra vida, en la otra orilla, en el cielo, en el paraíso, en el moksha, da igual-- eres todavía un hombre mundano. Si ha cesado toda búsqueda y de repente te has hecho consciente de que solamente hay una cosa que buscar ¿Quién es este buscador que hay en mí? ¿Qué es esta energía que desea buscar? ¿Quién soy yo? entonces surge una transformación. De improviso todos los valores cambian. Has empezado a ir hacia dentro".
Osho, El arte de morir
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