En la década de 1880 se estableció en la población madrileña una
controversia entre los defensores y los detractores de la creación de una gran
avenida que sirviese para descongestionar y modernizar el centro de Madrid,
librándolo de las innumerables callejuelas de las que estaba plagado.
El proyecto de crear una Gran Vía madrileña (iniciado por el arquitecto
Carlos Velasco en su “de prolongación de la calle Preciados, describiendo una
gran avenida transversal este-oeste entre la calle de Alcalá y la plaza de San
Marcial”) hizo pensar al empresario y político Felipe Ducazcal, dueño del veraniego
Teatro Felipe, la composición de una revista musical de actualidad para ser
representada en su propio teatro, del que era propietario y que estaba ubicado
en el Paseo del Prado, junto a las verjas del Retiro, en una de las esquinas
del actual Palacio de las Comunicaciones. Este Teatro construido en madera
ofrecía espectáculos ligeros y entretenidos a un público ávido de diversión y
de carcajada.
Entre esa polémica generalizada acerca de si Madrid necesitaba o no una
gran avenida, surgiría la idea del libreto, que fue realizado por el
periodista y escritor Felipe Pérez y González, encargándose de la
composición musical los compositores Federico Chueca y Joaquín Valverde. El
maestro Chueca, debido a su escaso entendimiento en técnica musical, se
ocupaba de la invención melódica de las obras, mientras que su colaborador
Valverde acometía la armonización e instrumentación de las mismas.
El concepto de revista lírica requiere una pequeña
aclaración. Podemos definirla como un género escénico dentro de la
zarzuela que versaba sobre los hechos de actualidad política, social y
cultural que acontecían en un determinado año y que podían ser de interés
representar en una obra de género chico (de un acto), siempre desde una óptica
crítica y satírica. Nada tenía que ver esta revista lírica con el género
musical frívolo que surgiría sobre la década de 1910 aproximadamente.
La Gran Vía, revista cómico-lírico-fantástico-callejera en un acto y cinco
cuadros, como así fue denominada, vio la luz con un éxito apoteósico el 2 de
julio de 1886 en el Felipe madrileño. Pronto, La Gran Vía fue traducida al
italiano, al francés, al alemán o ¡al quechua! y representada en París, Roma,
Nápoles, Francia, Inglaterra, Austria, Holanda, Dinamarca, Suecia, Noruega,
Turquía, Rusia, USA, Japón y toda Hispanoamérica.
La obra entusiasmó a grandes personalidades del momento como el filósofo
alemán Friedrich Nietzsche, quien llegó a alabar la obra por encima del drama
musical wagneriano, del que ya había renegado tras el estreno de Parsifal en
1882, y supo apreciar la picardía, ironía y malicia de números como la Jota de
los ratas. Como ejemplo baste citar un pasaje de una de sus cartas escritas
desde Turín en 1888, tras haber asistido a una representación de la zarzuela de
Chueca y Valverde, donde menciona dicho número:
“Un trío de tres solemnes, viejos e inmensos villanos es lo más fuerte que
he visto y oído… incluso en música: el genio no se puede formular (…) Sólo un
completo pícaro podría concebir hasta el mero argumento; el modo en que los
villanos aparecen en escena como un relámpago parece un juego de manos. Cuatro
o cinco números musicales que merecen ser escuchados…”.
Tras el apoteósico estreno de La Gran Vía, la nueva avenida se haría mucho
de rogar, y habría que esperar nada menos que 24 años, concretamente en 1910,
para la materialización de ese arriesgado proyecto urbanístico. Fue en dicho
año cuando el Rey Don Alfonso XIII, con una piqueta de plata en la mano, comenzó
a demoler el primer edificio en la calle de Alcalá para así dar inicio
simbólicamente a la construcción de la memorable arteria madrileña.
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