Hace ya
unos cuantos años que estuve en Berlín. Me pareció una ciudad melancólica. Sin
el esplendor de París, sin la multiculturalidad de Londres, sin la grandeza de
Roma.
Calladamente hermosa. Con un discreto encanto, que diría Buñuel. Me gustó.
De la mano de Wim Wenders, vuelvo a Berlín. A un Berlín pretérito y en blanco y negro. Un Berlín en cuyo cielo vuelan ángeles de la guarda que vigilan nuestros pensamientos amorosamente. Berlín desde el cielo.
Calladamente hermosa. Con un discreto encanto, que diría Buñuel. Me gustó.
De la mano de Wim Wenders, vuelvo a Berlín. A un Berlín pretérito y en blanco y negro. Un Berlín en cuyo cielo vuelan ángeles de la guarda que vigilan nuestros pensamientos amorosamente. Berlín desde el cielo.
Cine poético. Los protagonistas son dos ángeles que sobrevuelan Berlín.
Recorren sus calles de finales de los años 80, en un Berlín demasiado castigado tras la guerra como para haberse recuperado.
La ciudad está llena de heridas que todavía sangran.
Pues no me importaría a mí tener a uno
así, pensaba yo mientras veía la película.
Acompañantes sutiles de los
habitantes de una ciudad que parece todavía perdida y desolada, sólo
los niños son capaces de verlos. Ellos, sin embargo, escuchan el torrente de
pensamientos que acompañan a cada una de las personas (y así da la sensación de
que sucede, una por una).
Ángeles que se colocan al lado del que lo necesita, que susurran una inaudible palabra de ánimo, que acarician, que acompañan, o que simplemente, están ahí.
Ángeles que curan y consuelan. A veces en situaciones límite, cuando la soledad del que sufre es infinita o los caminos elegidos son los más terribles.
¿De verdad no queréis tener uno así?
A lo largo de la película, una voz en off, va recitando hermosos textos poéticos escritos por Peter Handke y por el propio Wenders, que dan un toque como de cuento a la película. El espectador, mediante los pequeños fragmentos de poesía que constantemente surgen entre escena y escena y las propias imágenes, reales e irreales, de estos ángeles errantes en un Berlín en blanco y negro, se sumerge necesariamente en la atmósfera pretendida.
El lirismo, la metáfora, para acercarnos a una realidad que, contada de otra manera, resultaría demasiado cruda.
Berlín se nos muestra como una ciudad tan inhóspita como hermosa. En ella, el muro cobra un especial protagonismo y más ahora, cuando es cosa del pasado y no comprendemos por qué durante tanto tiempo fue el símbolo de la división, del no entendimiento. Especialmente entrañable es el personaje del anciano que busca respuestas (Homero) y deambula al encuentro de sus propios recuerdos.
Berlín contemplada desde las alturas y por qué no, desde la estatua Siegessaule, en la llamada columna de la victoria, situada en el parque Tiergarten de Berlín.
Y hasta aquí, la
parte más hermosa de la película, la realmente impactante y que se quedará en
la memoria.
Porque para mí,
la película que tiene muchos otros momentos memorables como la reunión de los
ángeles en la Biblioteca estatal de Berlín, y alguna que otra curiosidad como la
aparición de Peter Falk (Colombo) o del cantante Nick Cave, pierde gran parte de
su encanto cuando uno de los ángeles, Damiel, el interpretado por Bruno Ganz,
decide convertirse en humano, especialmente al enamorarse de una trapecista (que
tiene un poquito de ángel, a su manera).
De imágenes
cautivadoras, cuando Damiel se transforma en humano, Berlín se nos muestra en
color (en realidad la película usa el blanco y negro en las escenas en las que
aparecen los ángeles y el color en el resto) y la perspectiva de la película
cambia.
Ahí tenemos al
ángel descubriéndose a sí mismo, de nuevo al lado del muro. Ese muro lleno de
graffitis que supuso todo un movimiento artístico del género, tan urbano y
dinámico.
Me quedo con el
blanco y negro, qué se le va a hacer. Por ello finalizo esta entrada con una de
las escenas que a mí más me gustan.
Estamos en la
Biblioteca estatal de Berlín. El ángel Damiel permanece sumido en sus
pensamientos eternos, tal vez pensando en cómo tender un puente a los seres
humanos que parecen tan perdidos, tan solos.
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