La imagen del amor, del cariño, la ternura, dos jóvenes, chico y chico, sentados en un pasillo del metro abrazados tiernamente y entre los dos un perrito que miraba con sorpresa a todo el que pasaba como sorprendido de esa intromisión en su intimidad, en la intimidad de los tres.
Alrededor, mochilas y una guitarra, era como un improvisado campamento del reencuentro, el abrazo, el amor.
Estaban abrazados sin más, uno parecía colgar del otro como si sin él no pudiera vivir.
El otro le sujetaba recibiéndole tranquilo como diciéndole: no te preocupes ya has llegado a casa, ya has llegado a mí.
Y el perrito miraba metido entre el abrazo de los dos, bajo su flequillo, con curiosidad, a todo el que pasaba.
La escena era propia de una foto de un Doisneau redivivo, yo no pude evitar la tentación de fotografiarlos pero enseguida pensé que una foto rompería toda la magia del momento aunque la perpetuara, y lo importante era el momento, sobre todo para ellos.
La contemplación de la escena me inspiró el poema Desordenado amor que ayer publiqué en el blog.
La imagen de la foto se corresponde con el lugar exacto donde los tiernos enamorados estaban abrazados junto con su perrito ayer a las 17 hs.
Hoy el lugar está vacío.
Creo que es la imagen más bella y conmovedora que he visto recientemente, junto con la del perro lazarillo en el metro que publiqué hace poco tiempo, estas son las cosas que le hacen a uno reconciliarse con la vida y tener aún confianza en el futuro.
El metro de Madrid es mágico, últimamente lo mejor me pasa siempre en el metro, esa ciudad subterránea, inversa, que es como el subconsciente oculto de la ciudad, todos mis últimos poemas los he escrito mientras viajaba en el metro, el metro para mí es una fuente de inspiración inagotable.
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