Madrid, 11 de noviembre de 2011
Mis párpados se entornan y una leve luz llega hasta las pupilas. En una sensación de duermevela intento ubicarme. No recuerdo el sonido agudo del despertador. Tampoco las líneas de una agenda de trabajo, siempre estresante, acuden a mi memoria. En su lugar, lentamente, me invade al sonido de unos niños que responden con sueño a las demandas de una madre que les grita que no van a llegar al colegio, el estruendo del camión de la basura, el ruido de los coches. Y pausadamente la luz se va haciendo dueña de la habitación, dibujando los perfiles de los objetos que, hasta hace unos instantes, apreciaba de forma difusa.
Los músculos pugnan por ayudar a unos huesos doloridos a cambiar de postura. Es raro, muy raro. No siento la urgencia de abandonar el nido que me ha albergado durante las pocas horas que he dormido. No tengo prisa. Paseo la mirada por cada uno de los rincones de la habitación como si fuese la primera vez que los veo. ¡Que curioso! He limpiado veinte mil veces el polvo a ese pequeño bote de cerámica que adquirí en Santa María de Huerta y nunca había apreciado los delicados dibujos del escudo como ahora. Todo ha estado ahí desde hace mucho tiempo, pero en este momento me parece que acaba de incorporarse a esos 5 metros cuadrados de mi habitáculo.
Siento la imperiosa necesidad de desperezarme e incorporarme a la vida que bulle en esa cercana lejanía compuesta por los ruidos de la calle y de los vecinos. Ya está, he dado mis primeros pasos que me han conducido a mi rincón favorito. Allí me esperan mis petunias, mis geranios, mis rosas y algún que otro tímido gorrión que se desparasita en las jardineras. En el horizonte, la neblina de la contaminación, difumina las cimas de las montañas convirtiéndolas en fantasmas de piedra, pero se que están ahí dándome fuerza. El sol va imponiendo su poder. Aún me encuentro perpleja. ¿Por qué estoy tan ralentizada en mis movimientos?, ¿por qué me detengo en cada cosa que me rodea mucho más de lo usual? Mi cerebro, como siempre, intenta encontrar la razón a todo lo que ocurre. De repente un sonido me sobresalta. Es el teléfono. Con los tropezones de ritual esquivo, o por lo menos lo intento, los muebles. Cojo el aparato. Al otro lado una voz me pregunta ansiosa: “¿qué tal te ha sentado la jubilación?”. Sonrió, he hallado el quid a todo lo que me había sucedido. Simplemente no tengo prisa. Puedo apreciar, aún más, los pequeños detalles que llenan la vida y aprehenderlos……… porque estoy jubilada.
Aurora Calle
Sr. Paseante....seria tan amable de hacer mas legible el texto anterior?...He intentado aumentar su tamaño...pero sigo sin poder leerlo...
ResponderEliminarGracias por adaptarlo y hacerlo mas visible a los minusvalidos como yo.