No es que me violaran ni nada parecido, pero mis primos mayores fueron los que me iniciaron en los placeres de la carne, de la carne femenina, claro, no sé en qué estábais pensando...
Cuando iba a comer a casa de mi tía todo iba como la seda hasta que ellos regresaban del colegio y empezaban a meterse conmigo, mis primos eran casi adolescentes cuando yo era aún un tierno infante.
Tenían un cuarto de estudio, más bien una leonera en la que había de todo menos libros, cuyas paredes estaban forradas desde el suelo hasta el techo con posters de mujeres enseñando provocativamente los pechos, que eran, además, enormes y que colgaban de manera ostentosa.
Cuando me hacían entrar en el cuarto aquél yo procuraba no mirar a las paredes, sólo miraba al suelo, me avergonzaba aquel espectáculo impúdico, entonces era muy pudoroso, no como ahora...
Ellos bromeban conmigo y cuando mi tía entraba para avisarnos de que la comida estaba lista, me decía, mientras me acariciaba tiernamente, que no les hiciera ni caso, que eran unos gamberros.
Pero la situación era traumática, yo no respiraba tranquilo hasta que se volvían a ir al colegio.
Durante toda mi inmadurez sexual, los pechos de las mujeres eran para mí el confín último de mi mundo sexual conocido, luego, igual que hizo Colón, descubrí América, pero eso fue mucho, mucho, mucho, más tarde.
Mis primos, mis primos, mis primos, menudos reprimidos, ya lo dice el refrán: perro ladrador, poco mordedor.
Pero en ellos tuve una buena escuela, un buen modelo a seguir, un modelo que pasados los años yo supe corregir, ampliar y superar, sin trauma alguno, pero creo que si volviera hoy a entrar en aquella habitación del pecado, aún ahora, me ruborizaría.
Un saludo, primos, si es que leéis el blog, vuestro primo,
el paseante
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