Madre, mía, qué barbaridad, estoy que no me lo creo, ya ni
recuerdo el tiempo que hace, no veía algo así casi desde que era adolescente,
semejante obra maestra, y con letras mayúsculas, es, sin duda, una de las
mejores películas que he visto en mi vida y he visto muchas buenas películas,
os lo aseguro, bueno, creo que os lo he demostrado a través del blog.
Inconmensurable, inenarrable, irrepetible, única y original,
desbordante de inspiración, genio, creatividad, y desbordante, por supuesto, de
belleza, pero además desbordante, sobre todo, de inteligencia, sensibilidad,
profundo sentimiento.
Se queda uno de piedra sentado en la butaca del cine cuando
acaba la película, le gustaría que volviera a comenzar, o mejor aún que
continuara por siempre y uno vivir allá adentro, dentro de la película, ser una
parte de todo aquello, de toda aquella inconmensurable armonía, delicadeza,
extremada y sabia contemplación, silente hermosura suspendida de esos
deliciosos sonidos, colores, formas, de todo ese arte, transitando siempre por
ese universo único, irrepetible, exquisito, el de la sutil y bella, deliciosa e
inolvidable, plenitud.
Mientras escribo esto me transporto a un más allá de
perfección ilimitada, me elevo hasta una hermosura divina, hasta una belleza
celestial, quedo transido de un sentimiento tan elevado que mientras tecleo estas
palabras en el ordenador me parece que se van entrelazando como una sinfonía,
como una delicada música, que sale de las yemas de mis dedos como pulsando las
teclas de un piano que lanza sus armonías a quién quiera escucharlas.
El paseante
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