lunes, 10 de marzo de 2014

La movida madrileña por el paseante solitario.




Tampoco es que yo me enterara mucho de que aquello era una movida, andaba yo algo despistado, más bien era un simple espectador, espectador despistado, los protagonistas andaban por ahí, era más que nada una cuestión nocturna, y de tomar copas, oír música, ir vestido de una manera, ser transgresor, más de ideas que de hechos, al menos en mi caso, lógico, yo era un estudiante de derecho, eso no se podía decir, era el antimorbo, era algo antimovida total, algo pro establishment, ni palabra de aquello, mi impresión es que la movida fue un invento de niños de papa que ni tenían que trabajar ni abrirse camino en la vida estudiando, no lo necesitaban y vivían el momento, nada más, todos acabaron medio malamente por haber vivido tan intensamente, se fumaron la vida, la mayoría están muriendo jóvenes, una pena porque había creadores realmente destacados como Antonio Vega, o Almodóvar, y muchos otros músicos geniales que marcaron una época, también Alaska, única siempre, provocadora y siempre en vanguardia, y el gran Antonio Flores.

La movida se iba anticipando a mis deseos, a los deseos de cualquiera, éramos jóvenes y el tardofranquismo nos aplastaba, con la movida lográbamos respirar al menos durante unos momentos, como si nadáramos en una pecera de mediocridad y subiéramos a la superficie a dar unas cuantas boqueadas para ir tirando.

Recuerdo el pub Malasaña, muy buena música siempre, muy buena marcha, la Manuela, El sol, recuerdo, cómo no, La vía Láctea, el Morocco, la movida tenía lugar en el barrio de Malasaña principalmente, también había un débil reflejo más intelectual en torno a Huertas, la noche madrileña era muy segura por aquel entonces de los años 80, luego se fue complicando, recuerdo también el pub Impacto, el café de París y el bar Los pepinillos en la calle Hortaleza, inolvidable con su vieja tarima que crujía como de galeón antiguo, sus mostradores de zinc por los que siempre corría el agua, sus deliciosos pepinillos rellenos de cualquier cosa y el matrimonio de respetables ancianos que lo regentaban, un clásico de toda la vida reconvertido en bareto de la movida.

Y yo perdido entre todo aquello sin saber que estaba presenciando de cerca un acontecimiento que haría época, junto con los bandos de Don Enrique Tierno, el alcalde, que pegados por las paredes de la ciudad me paraba a leer porque eran una pura delicia literaria, un lujo de alcalde irrepetible.

Madrid era tolerante, abierto, acogedor, conciliador, rupturista, iconoclasta…, Madrid era todo y más, yo creo que Madrid fue más Madrid que nunca en esa época.

Yo fui feliz entonces, ¿pero quién no es feliz con 20 años?


El paseante solitario


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