lunes, 2 de diciembre de 2013

Yo no soy bruja (7).


El paseante es un fiel creyente de mi calidad de bruja. Me ha pedido de todo y me ha sacado de su vida alguna vez, aterrado por los resultados de su existencia, los que obviamente imputó a mis peticiones. Llegó a pensar que mis amigas y yo hacíamos aquelarres de verdad, y que ello, de alguna medida, completamente en contra de las creencias religiosas, lo había condenado a él una serie de malos momentos. Por las dudas tomó distancia por si yo era su mala suerte. Pero yo lo busqué incansablemente, ni él sabe todo lo que hice para encontrarlo, y así fue que di con su teléfono directo y le llamé. Me atendió y para mi sorpresa me dijo: “-Hola, Beatriz”. Y yo, atónita porque todavía reconocía mi voz después de dos años, le pregunté sobre qué le había pasado conmigo y me contestó que me lo explicaría por escrito, ya que no podía hablar desde su Oficina.
Recibí su correo electrónico donde me decía que en un momento especial de su vida empezó a vincular mi presencia con sus malos momentos, que quizás los aquelarres no eran en su favor, y que realmente necesitaba mantenerse a distancia física y emocional, porque yo le daba mala suerte.
¿Qué harían ustedes si alguien les dijera algo así? Una amiga me sugirió que lo mandara al carajo;  otra me dijo que lo perdonara, que evidentemente era muy superticioso;  y la última se alegró muchísimo de que haya encontrado a mi amigo de vuelta. Habíamos rezado mucho para que ello ocurriera. Aleluya, como la parábola de la oveja perdida. Efectivamente: dejé todo mi rebaño para buscar al ovejuno que se me perdió.
Tomé los tres consejos. Me importa nada lo que él piense de mí, sé que es sensible a las supercherías y lo he recuperado, gracias a su sinceridad.
Y volviendo al primer párrafo, debo confesar que es maravilloso llegar a tomar el té con las amigas y contarles por ejemplo que ese día, el jefe me ha maltratado. Rezamos para que el señor recapacite, y eventualmente pida perdón, pero en el fondo también pedimos que se pudra en su mal trato. No lo decimos, pero todas lo pensamos. Y algo le pasa, desde un tropezón en la escalera a encontrarse a su mujer con otro en su cama.
A una de nosotras el esposo le propinó una golpiza. Obviamente que siendo todas abogadas, actuamos inmediatamente para protegerla y rezamos mucho para que se resigne a divorciarse y para que acepte que no se trataba de un hecho aislado, que sólo una vez es suficiente para convertir en golpeador a un hombre. Pero también se nos pasó por la cabeza que él podría sufrir en carne propia lo que hacía, y así fue que un día – nosotras nada que ver – resultó que salió con una mujer un hotel transitorio, y parece que allí él quiso hacer algunas cosas sexuales que ella no aceptaba. Al querer obligarla, la mujer se envalentonó y lo sacó desnudo de la habitación, pagó la cuenta y se llevó su coche a la comisaría, diciendo a los policías dónde estaba el dueño y por qué. Lo detuvieron unos días por tentativa de abuso sexual, pero en una celda con fornidos hombres muy machos, de esos que sólo no aceptan a los violadores y maltratadores. Aparentemente este golpeador perdió la virginidad en esa celda, pues hasta donde pudimos saber, terminó en una clínica con un tajo en el culo del mismo tamaño del que le hizo a nuestra amiga en la cara.
En definitiva, nos cuidamos bien de lo que pedimos y pensamos, porque si nos dan carta blanca, no vaya a ser que pase algo muy malo y que nos lo atribuyan. Tampoco queremos el mérito de lo que sale bien. Lo que no queremos ninguna de nosotras es perder a la gente buena, normalmente nuestros amigos, porque ellos piensen que si les pasa algo malo y nosotras no lo podemos solucionar, a pesar de ser sus amigas, es porque es de nuestra voluntad no hacerlo, y peor aún, que se trata de un castigo que reciben por haber confiado en algo ajeno a la creencia católica. Ni hablar acerca de que encima piensen que en definitiva somos mala suerte.
No obstante lo dicho, queridos lectores del blog del paseante: si necesitan algo especial, no duden en manifestarlo, que nosotras sabremos discernir acerca si es algo por lo que se debe “trabajar” o si hay que esperar la voluntad Divina.

(continuará)

Bety

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