Proust y yo
Cuando uno comienza a leerlo nota que algo raro está pasando, se asusta, no sabe bien a dónde le puede llevar todo aquello, es como si una voz interna le fuera leyendo la novela desde las profundidades del alma, como si todo aquello ya lo hubiera vivido, lo hubiera leído, lo hubiera incluso escrito, entonces uno empieza a preguntarse si en realidad será la reencarnación de Marcel Proust y siente miedo, es como enfrentarse a una ola inmensa, uno sabe bien que acabará estrellándose contra las rocas de la costa o tragado por las simas marinas, pero al final la ola llega y no pasa nada de eso, uno sigue en su lugar asombrado, la ola, pese a su magnificencia se limitó a acariciarle y siguió su camino, lo que sucede es que tras de su paso uno queda transformado y nada vuelve a ser igual, uno recupera algo que ya tenía pero que perdió, la prístina belleza del mundo, de la vida, del amor, y a partir de ese momento nada vuelve a ser igual que antes y uno renace a un mundo diferente, nuevo, fascinante, renace al alma universal tan genialmente plasmada por Proust en su novela, sus personajes, sus situaciones, sus reflexiones.
Y uno pasa a ser un personaje más de la novela para siempre, o mejor aún, uno se convierte en Marcel Proust para siempre y comienza así, como él, a caminar por el mundo, por la vida, y por el amor, con tal naturalidad que parece como digo que uno fuera la reencarnación de Proust.
Nada más
el paseante
p.d.- entrada conmemorativa del centenario de la publicación el 14 de noviembre de 1913 por la Editorial Grasset de París de la obra de Marcel Proust Por el camino de Swann, primer tomo de los siete que componen En busca del tiempo perdido.
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