viernes, 13 de julio de 2012
jueves, 12 de julio de 2012
La lectura del fin de semana. El guardián entre el centeno. J.D. Salinger. 1951.
Hay una cierta opinión generalizada de
que se trata de una obra sobrevalorada, mis padres, por ejemplo son de
esa opinión, es más, después de leer el libro me lo regalaron y me
dijeron que no dejara de comentarles qué me parecía cuando lo leyera.
Tardé en leerlo y ellos me preguntaban
de vez en cuando, estaban intrigados.
Al final lo leí y les dije que me
parecía magnífico, a ellos no les había gustado.
Y es que para que te guste un libro así
hay que estar un poco loco, como yo, ver la vida desde el otro lado, ser
un outsider total.
Para mí es una obra maestra.
Única obra que escribió su autor, y que
le catapultó a la gloria literaria para la eternidad.
Me encantan estos autores famosos y
reverenciados, de culto, con una sola obra.
Con qué poco esfuerzo entran en la
inmortalidad.
Pero claro, el genio, el verdadero arte
es así, surge de manera espontánea, imprevisible, natural, fácil, y ahí
queda para siempre.
Esta novelita es la historia de un
crápula, antecedente se los disparates sexuales del gran Bukowski del
que hablaremos próximamente.
Road movie urbana, parece como salida de
la factoría Warhol, pura desestructuración, sorpresa, ambigüedad,
inconsciencia, absurdo...
Como la vida misma, imposible no
identificarse con el protagonista, todos somos el protagonista y nunca
seremos ni más ni menos que el protagonista de esta historia por mucho
que nos esforcemos en no serlo, y ya es bastante ser simplemente así...
el paseante
La réplica de la sombra a la venganza.
Pero
entiendo tu postura, Jota, porque eres apasionado. Y me parece bien que
también
seas justiciero, sin embargo, creo que buscar venganza es cruzar una
línea
peligrosa. No sé, tal vez, como tú dices, soy demasiado racional, aunque
para
eso estoy ¿no?, para controlar esos arrebatos que tienes y llevarte por
el buen
camino.
Por cierto, la semana que viene me voy de
vacaciones. Te abandono por unos días para disfrutar de la compañía de
mi amiga
la sombra de la sombrilla, ¡¡es tan refrescante y veraniega !!. Pero no
te
preocupes, que luego volveré para ser tuya de nuevo. Mientras tanto
espero que
no te vayas con otras sombras ¿eh?, porque a lo mejor me entran celos y
me da
por vengarme…
La sombra del paseante
Anochecer (poema).
Anochecer
Eternidad
Amor
Rosada aurora
Celeste cielo
Lejana nube
Imperturbable estrella
Elevada cima
Umbrío valle
Inmensidad serena
Plácido anochecer
Suave murmullo
Solemne cuco
Canto de un pájaro
Hipérbole de amor
Puro infinito
Cae la noche
Te abrazo
Me duermo y sueño
Lento regreso hacia ti
José Ramón Carballo
11 de julio de 2012
Amor
Rosada aurora
Celeste cielo
Lejana nube
Imperturbable estrella
Elevada cima
Umbrío valle
Inmensidad serena
Plácido anochecer
Suave murmullo
Solemne cuco
Canto de un pájaro
Hipérbole de amor
Puro infinito
Cae la noche
Te abrazo
Me duermo y sueño
Lento regreso hacia ti
José Ramón Carballo
11 de julio de 2012
miércoles, 11 de julio de 2012
Yo te adoro...
Adoro la calle en que nos vimos,
La noche cuando nos conocimos,
Adoro las cosas que me dices,
Nuestros ratos felices
Los adoro, vida mía.
Adoro la forma en que sonríes,
El modo en que a veces me riñes,
Adoro la seda de tus manos,
Los besos que nos damos,
Los adoro, vida mía.
Y me muero por tenerte junto a mí,
Cerca de mí, muy cerca de mí,
No separarme de ti;
Y es que eres mi existencia, mi sentir,
Eres mi luna, eres mi sol,
Eres mi noche de amor.
Y me muero por tenerte junto a mí,
Cerca de mí, muy cerca de mí,
No separarme de ti;
Y es que eres mi existencia, mi sentir,
Eres mi luna, eres mi sol,
Eres mi noche, noche de amor.
Adoro el brillo de tus ojos,
Lo dulce que hay en tus labios rojos,
Adoro la forma en que suspiras
Y hasta cuando caminas
Yo te adoro vida mía;
Yo te adoro, vida mía
Yo, yo, yo te adoro
Vida mía.
La noche cuando nos conocimos,
Adoro las cosas que me dices,
Nuestros ratos felices
Los adoro, vida mía.
Adoro la forma en que sonríes,
El modo en que a veces me riñes,
Adoro la seda de tus manos,
Los besos que nos damos,
Los adoro, vida mía.
Y me muero por tenerte junto a mí,
Cerca de mí, muy cerca de mí,
No separarme de ti;
Y es que eres mi existencia, mi sentir,
Eres mi luna, eres mi sol,
Eres mi noche de amor.
Y me muero por tenerte junto a mí,
Cerca de mí, muy cerca de mí,
No separarme de ti;
Y es que eres mi existencia, mi sentir,
Eres mi luna, eres mi sol,
Eres mi noche, noche de amor.
Adoro el brillo de tus ojos,
Lo dulce que hay en tus labios rojos,
Adoro la forma en que suspiras
Y hasta cuando caminas
Yo te adoro vida mía;
Yo te adoro, vida mía
Yo, yo, yo te adoro
Vida mía.
Armando Manzanero
Bésame...
Bésame, bésame
mucho
como si fuera esta noche
como si fuera esta noche
la última vez
Bésame, bésame mucho
que tengo miedo perderte,
perderte
después.
Quiero tenerte muy cerca
mirarme en tus ojos
estar junto a ti.
mirarme en tus ojos
estar junto a ti.
Piensa que tal vez mañana
yo estaré muy lejos
muy lejos de aquí.
muy lejos de aquí.
Bésame, bésame
mucho
como si fuera esta noche
como si fuera esta noche
la última vez
Bésame,
bésame mucho
que tengo miedo perderte,
que tengo miedo perderte,
perderte
después.
Lucho Gatica
I hear you call my name...
Life is a mystery, everyone must stand alone
I hear you call my name
And it feels like home
[Chorus:]
When you call my name it's like a little prayer
I'm down on my knees, I wanna take you there
In the midnight hour I can feel your power
Just like a prayer you know I'll take you there
I hear your voice, it's like an angel sighing
I have no choice, I hear your voice
Feels like flying
I close my eyes, Oh God I think I'm falling
Out of the sky, I close my eyes
Heaven help me
[Chorus x2]
Life is a mystery, everyone must stand alone
I hear you call my name
And it feels like...
[Chorus x2 (with Choir)]
(Just like a prayer, I'll take you there
It's like a dream to me)
Madonna
Respuesta a la venganza.
Sombreada sombra, te
entiendo, te
comprendo, pero no te puedo dar la razón, en tu ausencia de sentimiento,
de
pasión, de ardor, creo que llevas la razón, “tu razón”, igual que yo,
puro
fuego, pasión, y sentimiento, tengo mi razón, ya lo verás, te lo voy a
explicar:
Dice August Strindberg
en su obra Los
acreedores que cuando nos vengamos es nuestro propio corazón el que se
desangra.
Debí escuchar la frase
en un Estudio
Uno de mi adolescencia, yo devoraba esas obras de teatro que ponían en
la tele
de Franco, interpretadas por lo más granado de nuestros mejores actores y
dirigidas magistralmente aún con pocos medios.
Fue en ese momento,
hace unos 35 años
más o menos, cuando oí la frase, y me pareció una sentencia a recordar, y
prueba de ello es que me ha venido a la memoria ahora al tratar el tema,
igual
que me viene a la memoria cada vez que me vengo de alguien.
Y es que tengo que
reconocerte,
sombra, que soy muy vengativo, o tal vez mejor decir muy justiciero,
creo que
el que la hace debe pagarla como escarmiento para que no vuelva a
perjudicar a
nadie más con su conducta, que aprenda la lección, y para que la aprenda
hay
que enseñársela.
La última venganza que
he cometido ha
sido hace apenas unas horas, imagina, está aún calentita, reciente, como
la empañadilla
de bonito que me acabo de comer.
Te puedo decir sombra
que no me quita
el hambre la venganza, más bien me abre el apetito.
Después de 35 años ha
llovido mucho
sobre mi vida, la frase la recuerdo aún y tal vez sea inclusive cierta,
pero yo
no creo en ella.
Y es que yo me vengo
como resarcimiento,
reequilibrio, con afán de escarmiento, de justicia, por el dolor que
siento con
el agravio, bien sea propio o ajeno, es más, llevo mucho peor el agravio
y la
injusticia con los otros que conmigo mismo.
Y en el amor soy más
vengativo aún si
cabe, porque jugar interesadamente con los sentimientos, la ilusión, y
la
entrega de otra persona me parece de lo más abyecto y repudiable que
pueda
hacerse en el juego diario de las relaciones interpersonales.
Me sonrío, sí, me
sonrío, tal vez
algún día te cuente alguna de mis más sonadas venganzas, son dignas de
un gran
estratega, me encanta que el objeto-sujeto de mi venganza sea quién
caiga por
sí mismo víctima de su propio juego, que sea él quién se meta por sí
mismo en
la trama por mi urdida y sea autor involuntario de su propio
escarmiento.
Y al final sea
consciente de todo
esto.
Porque de lo que más
se aprende y
escarmienta es del error en el que uno ha caído por sí mismo, de la
propia
experiencia, del propio coscorrón, o bofetada.
Me sonrío sombra,
bueno, tal vez
algún día te cuente más, pero necesitamos tener más confianza, aún es
pronto...
Por último te diré que cuanto más compasivo es uno, más justiciero es, y, por tanto, más vengativo...
Compasivo con el agraviado, sea uno mismo u otro, justiciero y vengativo con el agresor.
Dar a probar a cada uno de su propia medicina, creo más en esta frase que en la de Strindberg.
Por último te diré que cuanto más compasivo es uno, más justiciero es, y, por tanto, más vengativo...
Compasivo con el agraviado, sea uno mismo u otro, justiciero y vengativo con el agresor.
Dar a probar a cada uno de su propia medicina, creo más en esta frase que en la de Strindberg.
Besos sombreada
sombra,
el paseante justiciero
a su sombra
La venganza según la sombra.
La venganza…¡vaya nombrecito!
¿eh, Jota?. ¡Qué fuerte!. La verdad es que infunde un poco de miedo
¿no?. Tal
vez es por la “z” que nos recuerda al “Zorro” y a su espada vengadora,
no sé.
El caso es que ese nombre tan rimbombante, tan sonoro y amenazador me
parece
una farsa, porque promete algo que no da. Me explico. Supongamos que
estás
despechado porque tu amada te ha dejado (pongo este ejemplo porque como
hemos
estado tratando del amor creo que viene al caso, pero se podría aplicar
en
cualquier ámbito). Bien. Quieres a toda costa vengarte de ella, hacerla
sufrir
el mismo martirio que ella te está infligiendo con su ausencia. Urdes un
plan
en tu mente para atraerla de nuevo con la única intención de rechazarla y
así
saborear las mieles de la venganza. Muy bien. Lo que pasa es si te
vengas
cuando todavía sientes algo por ella, aunque sólo sea odio, es inútil,
porque
ella lo notará. Descubrirá que en ese caso la venganza es un mero
disfraz que
encubre un sentimiento. Y mientras sientas algo –incluso el mismo deseo
de
venganza- serás vulnerable y estarás de nuevo a su merced. Sabrá que
todavía te
tiene en sus garras.
La venganza
sólo funciona cuando nace de la indiferencia, cuando realmente ya no te
importa
la otra persona. Entonces sí que surte efecto y puedes conseguir el
objetivo de
ver a tu amada de nuevo a tus pies. Porque la indiferencia es la
ausencia de
sentimiento, y no hay nada que irrite más a la persona que un día tuvo
poder
sobre ti, que darse cuenta de que ya no lo tiene. Pero si ella ya te da
igual,
también te dará igual que sufra o deje de sufrir ¿no?. Y si te da igual,
entonces ya no disfrutarás de la venganza; curiosamente, ni siquiera
tendrás
interés en vengarte. Por eso digo que nos engaña. Nos hace creer que el
castigo
a la otra persona resarcirá lo que hemos sufrido, pero lo único que
obtenemos
es vacío, porque cuando finalmente podemos vengarnos, en realidad ya no
nos
importa…
La sombra del paseante.
La libertad según Krishnamurti.
La Libertad [31/03/2008]
A MENOS que la mente esté absolutamente libre del
temor, toda clase de acción engendra más perjuicio, más desdicha, más
confusión.»
Decíamos cuán importante es que se realice un
cambio fundamental en la psique humana, y que este cambio puede surgir
únicamente si hay completa libertad. Esa palabra, “libertad”, es muy
peligrosa a
menos que comprendamos su sentido cabal y absoluto, tenemos que aprender
todas
las implicaciones de esa palabra, y no sólo su significado según el
diccionario.
La mayoría de nosotros la usamos conforme a nuestra particular
tendencia, o
capricho, o políticamente. No vamos a usar esa palabra en un sentido
político o
circunstancial; más bien penetraremos en su significado interno y
psicológico.
Pero antes tenemos que comprender el significado de la palabra
“aprender”. Como
dijimos el otro día, vamos a comunicarnos todos –lo cual significa
participar,
compartir juntos–, y el aprender forma parte de ello. Ustedes no van a
aprender
del que les habla, sino que aprenderán observando, utilizando al que les
habla
como un espejo para observar el movimiento de su propio pensamiento, del
propio
sentir, de la psique, de la propia psicología. No hay autoridad alguna
en que
quien les habla tenga que sentarse en una tarima por motivos prácticos;
esa
posición no le confiere ninguna autoridad. Podemos, pues, descartar eso
por
completo y considerar la cuestión del aprender, pero no aprender de
otro, sino
valerse del que les habla para aprender acerca de uno mismo. Ustedes
están
aprendiendo al observar su propia psique, su propio ego, lo que sea.
Para
aprender tiene que haber libertad, un gran interés, y tiene que haber
intensidad, pasión y urgencia. No podrán aprender si les falta pasión o
energía
para investigar. Si existe cualquier clase de prejuicio, cualquier
predisposición de agrado o desagrado, de condenación, no es posible
aprender,
porque entonces uno tan sólo distorsiona lo que observa.
La palabra disciplina implica aprender de una
persona que sabe; se supone que usted no sabe y, por lo tanto, aprende
de otro.
Eso está implícito en lo que llamamos “disciplina”. Pero cuando aquí
usamos esa
palabra, no indicamos cómo aprender de otro, sino cómo observarse uno
mismo.
Esto último requiere una disciplina que no es represión, imitación, o
conformidad, ni siquiera ajuste, sino realmente observación. Esa misma
observación es un acto de disciplina. Ese mismo acto de aprender es su
propia
disciplina, en el sentido de que hay que prestar mucha atención, y se
requiere
gran energía, intensidad y acción instantánea.
Vamos a hablar sobre el temor, y al examinar el
asunto tenemos que considerar muchas cosas, porque el temor es un
problema muy
complejo. A menos que la mente esté absolutamente libre del temor, toda
acción
engendra más perjuicio, más desdicha, más confusión. De manera que vamos
a
investigar juntos sobre las repercusiones del temor y si es posible
estar
completamente libres de él: no mañana, no en alguna fecha futura, sino
que al
abandonar este recinto, deje de existir para ustedes la carga, la
oscuridad, la
desdicha y la corrupción del temor.
A fin de comprender esto debemos examinar también
la idea que tenemos de lo gradual, es decir, la idea de irnos
deshaciendo
gradualmente del miedo. No existe la posibilidad de deshacerse del miedo
de
forma gradual. O está uno completamente libre de él, o no lo está; no
existe lo
gradual, que implica tiempo; no sólo tiempo en el sentido cronológico de
la
palabra, sino también en el sentido psicológico. El tiempo es la esencia
misma
del temor, según señalaremos luego. Por lo tanto, para comprender y
estar libre
del temor y del condicionamiento en que se nos ha educado, la idea de
hacerlo
lenta, eventualmente, tiene que terminar por completo. Ésa va a ser
nuestra
primera dificultad.
Si se me permite señalarlo otra vez, esto no es
una conferencia, es más bien el caso de dos personas amigas y afectuosas
que
inquieren juntas sobre un problema muy difícil. El hombre ha vivido con
temor,
lo ha aceptado como parte de su vida, y estamos indagando sobre la
posibilidad,
o más bien la “imposibilidad”, de acabar con él. Ustedes saben que lo
que es
posible ya está hecho, ya ha terminado; ¿no es así? Si es posible
podemos
hacerlo. Pero lo que es imposible se torna posible únicamente cuando
comprendemos que no hay mañana en absoluto; hablando desde el punto de
vista
psicológico. Nos enfrentamos al extraordinario problema del temor, del
cual el
hombre nunca ha podido deshacerse por completo. Nunca ha podido
deshacerse de
él, no sólo físicamente, sino también interna o psicológicamente;
siempre ha
escapado de él mediante formas de entretenimiento, bien sean religiosas o
de
otra índole. Y esos escapes han constituido una evasión de “lo que es”.
Nos
preocupa, pues, la “imposibilidad” de estar completamente libres del
temor; por
tanto, lo que es “imposible” se torna posible.
¿Qué es el temor realmente? Los temores físicos
pueden ser comprendidos de manera relativamente fácil, pero los temores
psicológicos son mucho más complejos, y a fin de comprenderlos tiene que
haber
libertad para inquirir, no para formar opinión, ni para indagar
dialécticamente
en la posibilidad de terminar con el temor. Pero examinemos primero la
cuestión
de los temores físicos, los que naturalmente afectan a la psique. Cuando
nos
encontramos con un peligro de cualquier clase, surge instantáneamente
una
respuesta física. ¿Es eso temor?
(Ustedes no están aprendiendo de mí; todos
estamos aprendiendo juntos; y, desde luego, deben prestar gran atención
porque
no está bien que vengamos a una reunión de esta clase para regresar con
alguna
serie de ideas o creencias; eso no libera a la mente del temor. Pero lo
que sí
libera a la mente del temor de manera completa y absoluta es
comprenderlo
totalmente ahora, no mañana. Es como ver algo de una manera total y
completa; y
lo que ustedes ven lo comprenden. Entonces es de ustedes y de nadie
más.)
Existe, pues, el temor físico, como mirar un
precipicio o encontrarse con un animal salvaje. ¿Es temor físico la
respuesta a
ese peligro, o es inteligencia? Nos encontramos con una serpiente y
respondemos
de inmediato. Esa respuesta es el condicionamiento pasado que dice: «ten
cuidado», y la reacción psicosomática es inmediata, aunque condicionada;
es el
resultado del pasado porque a usted le habían dicho que el animal era
peligroso.
Al afrontar un peligro físico, ¿hay temor? ¿O es la respuesta de la
inteligencia
a la necesidad de autoconservación? Existe también el miedo a
experimentar un
dolor físico o enfermedad que se ha tenido previamente. ¿Qué ocurre en
este
caso? ¿Es eso inteligencia? ¿O es una acción del pensamiento, que es la
respuesta de la memoria, temerosa de que el dolor sufrido en el pasado
pueda
repetirse? ¿Está claro el hecho de que el pensamiento produce temor?
Existen
además diversas formas de temores psicológicos: miedo a la muerte, miedo
a la
sociedad, miedo a no ser respetable, miedo a lo que la gente pueda
decir, miedo
a la oscuridad, etcétera. Antes de examinar la cuestión de los temores
psicológicos, tenemos que comprender algo muy claramente: no estamos
analizando.
El análisis no tiene ninguna relación con la observación, con el ver. En
el
análisis siempre están el analizador y lo analizado. El analizador es un
fragmento de los muchos otros fragmentos de que estamos compuestos. Un
fragmento
asume la autoridad del analizador y comienza a analizar. Ahora bien,
¿qué está
involucrado en todo eso? El analizador es el censor, la entidad que se
arroga la
autoridad con el fin de analizar porque supone tener conocimiento para
ello. A
menos que él analice completamente, fielmente, sin distorsión alguna, su
análisis no tiene valor en absoluto. Comprendan esto con toda claridad,
por
favor, porque el que les habla no sustenta la necesidad de análisis
alguno, en
tiempo alguno, cualquiera que sea. Esto es más bien una píldora amarga
difícil
de tragar, porque la mayoría de ustedes han sido analizados o van a ser
analizados, o han estudiado lo que es el análisis. El análisis implica
no sólo
un analizador separado de lo analizado, sino que también implica tiempo.
Tenemos
que analizar gradualmente, parte por parte, toda la serie de fragmentos
de que
estamos constituidos, y eso requiere años. Y cuando analizamos, la mente
tiene
que estar absolutamente lúcida y libre.
Por tanto, hay varias cosas involucradas: el
analizador, un fragmento que se separa él mismo de otros fragmentos y
dice: «Voy
a analizar»; también existe el tiempo, día tras día mirando, criticando,
condenando, juzgando, evaluando, recordando. Asimismo está involucrado
en ello
todo el drama de los sueños; nunca nos preguntamos si hay necesidad
alguna de
soñar, aun cuando todos los psicólogos dicen que tenemos que soñar,
porque de lo
contrario nos volveríamos locos. ¿Quién es, pues, el analizador? Es
parte de uno
mismo, parte de nuestra mente, que va a examinar las otras partes; es el
resultado de experiencias pasadas, de conocimientos del pasado, de
evaluaciones
pasadas; es el centro desde el cual va a examinar. ¿Tiene ese centro
alguna
realidad, alguna validez? Todos nosotros actuamos desde un centro, el
cual es un
centro de miedo, ansiedad, codicia, placer, desesperación, esperanza,
dependencia, ambición, comparación; desde ese centro pensamos y
actuamos. Esto
no es una suposición, ni una teoría, sino un hecho incuestionable y
observable
en la vida diaria. En este centro hay muchos fragmentos, y uno de los
fragmentos
se convierte en el analizador; lo cual es absurdo, ya que el analizador
es lo
analizado. Tienen que comprender esto, porque de lo contrario no podrán
seguir
adelante cuando penetremos más profundamente en la cuestión del temor.
Deben
comprenderlo completamente, pues cuando abandonen este recinto tendrán
que estar
libres del miedo, de manera que puedan vivir, disfrutar y mirar el mundo
con
ojos diferentes; de manera que sus relaciones no vuelvan a llevar el
peso del
miedo, de los celos, de la desesperación; y así se convertirán en seres
humanos,
no en animales violentos y destructivos.
El analizador es, pues, lo analizado, y en la
separación entre el analizador y lo analizado está todo el proceso del
conflicto. Y el análisis implica tiempo; cuando lo haya analizado todo,
uno está
listo para la tumba y, mientras tanto, no ha vivido en absoluto.
(Risas.) No, no
se rían; esto no es una diversión, sino algo terriblemente serio. Tan
sólo la
persona formal, seria, sabe lo que es la vida, lo que es vivir; no el
hombre que
busca diversión. Esto requiere una investigación seria y apasionada. La
mente
debe estar completamente libre de la idea del análisis, porque éste no
tiene
sentido. Han de ver esto, no porque lo dice el que les habla, sino
porque vean
la verdad de todo el proceso del análisis. Esa verdad traerá la
comprensión; la
verdad es comprensión… de la falsedad del análisis. Así cuando uno ve lo
que es
falso, puede descartarlo por completo. Sólo cuando no lo vemos es cuando
estamos
confusos.
Krishnamurti
La foto del verano (2). El paseante con gorra+Reflexión.
He salido un poco serio, ¿verdad?,
bueno, pero no es nada contra vosotros, palabra, es que seguramente
estaba un poco cabreado, no recuerdo bien por qué, tal vez hacía mucho
calor, me estaba quemando el sol, tenía hambre, o alguna pena de amor,
no lo recuerdo, tal vez se tratara de un dolor del alma, de un dolor
metafísico, existencial, un malestar del espíritu un tanto inconcreto.
Pero nada contra vosotros, palabra, es
que a veces me enfado conmigo mismo.
Ya se sabe, si estás con tu pareja
discutes, y si estás solo discutes contigo mismo, o sea, te deprimes.
La gorra estupenda, ¿verdad?, es la
gorra modelo paseante verano 2012, para que al pasear no te de una
insolación, ahora el sol pega muy fuerte, es un modelo de gorra de aire
militar como la que me dieron en la mili.
Parezco Pichi.
"Pichi, es el chulo que castiga, del
Portillo a la Arganzuela..."
Bueno, pues lo dicho, que soy un
castigador...
el paseante
El Palacio de Maudes.
Trabajar en un edificio tan singular
resulta ser una experiencia curiosa, sugerente, algo novelesca, uno
imagina historias que tuvieron lugar entre estos muros, se siente como
en el escenario de una novela de Dickens, de Galdós, de Baroja tal vez.
Cada detalle, perspectiva, efecto de la
luz, cada rincón, escalera, tragaluz, vidriera, azulejo, bóveda, arco,
pasadizo, cada rosa del jardín, cada árbol, los muros de piedra, los
torreones, las balconadas, los ascensores de cristal, las escaleras de
caracol, los inmensos techos, todo invita al vuelo de la imaginación.
Uno despega de la realidad metiéndose
dentro de un edificio como éste, de repente piensa si lo que hay fuera
no será sino una ficción, una imaginación, algo realmente inexistente,
dentro del edificio está el alma universal de la vida, la esencia que no
cambia, y eso tranquiliza, es como un bálsamo de quietud que fluye en
el agua que lentamente se desborda sobre la pila de la fuente, enviando
sus destellos de luz azul a todo el edificio por entre sus acristalados
corredores, haciendo que brille como si de un sueño se tratara, de una
alucinación diurna, uno se queda en blanco aquí dentro, príncipe de un
mundo ya desaparecido.
Rey de un reino que se hundió
definitivamente.
el paseante
martes, 10 de julio de 2012
El cuadro de la semana. Room in New York. Edward Hooper.
Tampoco estos dos parece que se
entiendan muy bien, se nota falta de comunicación, cada uno a lo suyo,
él absorto en su periódico y ella pulsando aburrida las teclas de piano,
si el cuadro se hubiera pintado hoy en día seguramente él tendría el
ipad entre las manos y ella estaría tecleando en el ordenador.
Es lo mismo, la historia de siempre, el
tiempo pasa pero sigue sucediendo hoy lo mismo que sucedía ayer y que
sucederá mañana,
La monotonía, la maldita monotonía.
Y esa puerta tan cerrada que hay detrás,
que por no tener no tiene ni bisagras ni picaporte, es otra de esas
puertas trampa de Hopper, falsas puertas que no conducen a ningún lugar,
que no permiten irse a ninguna parte, ni escapar.
Contradictorio el tono rojo del cuadro
con la escena, ¿existirá aún la pasión entre estos dos?, parece difícil.
Lo que sí que es muy amplio es la
ventana, más amplia que la habitación, parece indicarnos una ventana tan
amplia y tan abierta que podemos tirarnos por ella en cualquier
momento, como último recurso nos queda el suicidio.
¿Y después del suicidio?
Vuelta a empezar y más monotonía.
Me pregunto si se quisieron alguna vez,
si alguna vez fueron felices, si tendrán hijos, de qué hablarán cuando
hablen, si es que llegan a hablar en algún momento, que sentirán aparte
de monotonía, y si tienen algún plan de futuro para sus vidas aparte de
seguir vegetando.
Vegetar, lástima, ser humano y acabar
siendo un vegetal.
Como la planta de mi despacho.
¡Qué triste!
De todas maneras lo vengo diciendo,
dentro de un cuadro de Hopper no se puede ser feliz nunca, salir de ahí
cuanto antes, seguramente dentro de un cuadro de otro pintor vuestro
matrimonio funcionaría mejor, recuperaríais la pasión, en interés por el
otro, el deseo, conversaríais, seríais felices.
Os recomiendo iros a un cuadro de
Matisse, quizás vuestros contornos serían más imprecisos, los colores
más estridentes, el mundo no sería tan simétrico, tan lógico, tan
predecible, pero habría otra alegría, otra magia, otro optimismo, otra
sensualidad.
Necesitáis algo de locura.
Necesitáis algo de locura.
Cualquier interior de Matisse antes que
esta penuria existencial a la que estáis abocados con Hopper.
Y nada de una habitación en Nueva York
para pasar vuestras vidas, de meteros en alguna habitación meteros en
una de París o de un hotel de la Costa Azul.
Sin dudarlo, ir a la agencia de viajes
más cercana y sacar un billete para Matisse.
El matrimonio con Hopper es un infierno.
Está comprobado.
Está comprobado.
el paseante
Historia de una casa...
El domingo pasado en la sobremesa,
tomándome un café y fumándome un habano, bueno, y bebiéndome un
licorcito, mejor dicho dos, primero uno de dátiles y luego otro de
cantueso, me dio por pensar...
Mal asunto, no, no, bueno, en este caso fue para bien, había un silencio celestial que caía sobre la casa como una suave caricia de amor protectora, se oía tan solo el silbido de las golondrinas que veloces surcaban el aire y el melodioso canto de los variados pajarillos que poblaban alegres las ramas de los árboles, el aire tan puro entraba por las ventanas y te abría los pulmones a sus deliciosos aromas, cargados de esencias de lavanda, tomillo, romero, manzanilla, y el olor de los lejanos campos de trigo que cuando el sol está en su zénit surge, se eleva, se extiende, como si fuera un olor a pan tierno recién salido del horno de la tahona.
Miré por la ventana que tenía enfrente, ahí seguía, sí, como desde hace cuatro siglos ahí seguía el campanario de la iglesia, detrás el cielo me daba una idea imprecisa de Dios, de un Dios que me miraba y me sonreía, protegiéndome y poniendo en mi alma toda la tranquilidad, la paz y el amor que sólo él sabe poner en mí siempre cuando estoy atento a él.
El pueblo en aquel preciso momento estaba perfectamente tranquilo y en paz bajo la mirada protectora de Dios, como dormido en sus brazos, iluminado por su luz, protegido por su sonrisa.
Y en este momento místico, mágico, sobrecogedor, me di cuenta de quién era yo de verdad, fue una revelación, mi esencia, mi identidad última, todo mi ser, pasado, presente, futuro, eterno, se pusieron delante de mi pensamiento para que pudiera contemplarlo con los ojos del alma, no sabría explicar lo que vi, como me vi, pero me vi desde el alma universal y esa sensación quedó en mí reflejada, grabada, eternizada en ese momento mágico, hechizo de un equilibrio perfecto, emoción de la visión de lo sublime.
Y entonces, pasado un momento me sonreí y recordé la historia de la casa y de cómo la casa llegó hasta mí...
Atalaya de mis sueños, torre de marfil de mi existencia...
--------------------
La casa vino a mí, ¿vino a mí?, por supuesto, no pienso que haya nada en mi vida hacia lo que yo vaya, todo viene a mí por mandato divino, y la casa también, por supuesto.
La visualicé en sueños antes de encontrarla como una especie de santuario, encaramado en lo alto de una ladera, mirando al un valle arbolado, en cuyo fondo discurría un río que regaba huertas de árboles frutales y campos de cereales y girasoles, en la lejanía las montañas señalando en el horizonte el camino al más allá, a la aventura.
Cuando la encontré no pude creerlo, era tal cual la había visto en mi sueño, además la luna llena caía lentamente por el frente de la casa durante toda la noche iluminándola como un sol nocturno.
Caía la luna llena con su redondo y enorme círculo de luz dorada tras el campanario de la iglesia como en un cuadro, como en una puesta en escena que me brindaba la naturaleza elaborada sólo para mí, para su contemplación, y era en las noches de luna llena difícil llegar a acostarme nunca, la luna y el campanario me mantenían embobado en su minuciosa observación como queriendo descifrar un código secreto, un jeroglífico ancestral, algo así como la clave última del universo.
Y luego contemplar las estrellas desde el mirador de la buhardilla, enfrentarme como hombre a la inmensidad del universo, galaxias, planetas, cometas, auroras, infinito, imposible dormir ante tanto espectáculo, la noche sin duda te atrapa en su contemplación desde esa atalaya última del pueblo que es mi casa.
Mi casa, sí, mi casa...
Confín de todos mis sueños, punto último entre el universo y la inmensidad del espacio, encaramada en la montaña, mirando a las estrellas, dejándose acariciar por las nubes.
La hago mía en esas noches de insomne observación, de atenta mirada al más allá, en las que oigo el murmullo del río a lo lejos, el canto de los grillos en el jardín, y el sonido de las arboledas que mece el viento como en una incesante marea.
Y los aromáticos olores que suben desde la vega, la menta que todo lo impregna de un olor balsámico como de farmacia.
La casa, sí, la casa...
Vino a mí y se quedó junto a mí por un tiempo, y ahí estamos los dos, aprendiendo cosas el uno del otro, sin duda, creciendo juntos, elevando nuestros pensamientos hacia la luna llena, las estrellas y la eternidad.
(continuará)
Mal asunto, no, no, bueno, en este caso fue para bien, había un silencio celestial que caía sobre la casa como una suave caricia de amor protectora, se oía tan solo el silbido de las golondrinas que veloces surcaban el aire y el melodioso canto de los variados pajarillos que poblaban alegres las ramas de los árboles, el aire tan puro entraba por las ventanas y te abría los pulmones a sus deliciosos aromas, cargados de esencias de lavanda, tomillo, romero, manzanilla, y el olor de los lejanos campos de trigo que cuando el sol está en su zénit surge, se eleva, se extiende, como si fuera un olor a pan tierno recién salido del horno de la tahona.
Miré por la ventana que tenía enfrente, ahí seguía, sí, como desde hace cuatro siglos ahí seguía el campanario de la iglesia, detrás el cielo me daba una idea imprecisa de Dios, de un Dios que me miraba y me sonreía, protegiéndome y poniendo en mi alma toda la tranquilidad, la paz y el amor que sólo él sabe poner en mí siempre cuando estoy atento a él.
El pueblo en aquel preciso momento estaba perfectamente tranquilo y en paz bajo la mirada protectora de Dios, como dormido en sus brazos, iluminado por su luz, protegido por su sonrisa.
Y en este momento místico, mágico, sobrecogedor, me di cuenta de quién era yo de verdad, fue una revelación, mi esencia, mi identidad última, todo mi ser, pasado, presente, futuro, eterno, se pusieron delante de mi pensamiento para que pudiera contemplarlo con los ojos del alma, no sabría explicar lo que vi, como me vi, pero me vi desde el alma universal y esa sensación quedó en mí reflejada, grabada, eternizada en ese momento mágico, hechizo de un equilibrio perfecto, emoción de la visión de lo sublime.
Y entonces, pasado un momento me sonreí y recordé la historia de la casa y de cómo la casa llegó hasta mí...
Atalaya de mis sueños, torre de marfil de mi existencia...
--------------------
La casa vino a mí, ¿vino a mí?, por supuesto, no pienso que haya nada en mi vida hacia lo que yo vaya, todo viene a mí por mandato divino, y la casa también, por supuesto.
La visualicé en sueños antes de encontrarla como una especie de santuario, encaramado en lo alto de una ladera, mirando al un valle arbolado, en cuyo fondo discurría un río que regaba huertas de árboles frutales y campos de cereales y girasoles, en la lejanía las montañas señalando en el horizonte el camino al más allá, a la aventura.
Cuando la encontré no pude creerlo, era tal cual la había visto en mi sueño, además la luna llena caía lentamente por el frente de la casa durante toda la noche iluminándola como un sol nocturno.
Caía la luna llena con su redondo y enorme círculo de luz dorada tras el campanario de la iglesia como en un cuadro, como en una puesta en escena que me brindaba la naturaleza elaborada sólo para mí, para su contemplación, y era en las noches de luna llena difícil llegar a acostarme nunca, la luna y el campanario me mantenían embobado en su minuciosa observación como queriendo descifrar un código secreto, un jeroglífico ancestral, algo así como la clave última del universo.
Y luego contemplar las estrellas desde el mirador de la buhardilla, enfrentarme como hombre a la inmensidad del universo, galaxias, planetas, cometas, auroras, infinito, imposible dormir ante tanto espectáculo, la noche sin duda te atrapa en su contemplación desde esa atalaya última del pueblo que es mi casa.
Mi casa, sí, mi casa...
Confín de todos mis sueños, punto último entre el universo y la inmensidad del espacio, encaramada en la montaña, mirando a las estrellas, dejándose acariciar por las nubes.
La hago mía en esas noches de insomne observación, de atenta mirada al más allá, en las que oigo el murmullo del río a lo lejos, el canto de los grillos en el jardín, y el sonido de las arboledas que mece el viento como en una incesante marea.
Y los aromáticos olores que suben desde la vega, la menta que todo lo impregna de un olor balsámico como de farmacia.
La casa, sí, la casa...
Vino a mí y se quedó junto a mí por un tiempo, y ahí estamos los dos, aprendiendo cosas el uno del otro, sin duda, creciendo juntos, elevando nuestros pensamientos hacia la luna llena, las estrellas y la eternidad.
(continuará)
lunes, 9 de julio de 2012
La película de la semana. Kim de la India. Victor Saville. 1950.
La vi este fin de semana pasado en la
casa del pueblo, en la buhardilla tengo un televisor y un video y
algunas cintas con mis películas antiguas favoritas.
Ésta es, sin duda, de las que de vez en cuando no puedo dejar de ver, necesito su alimento de buenos sentimientos, espiritualidad y belleza.
En la aridez de este mundo empobrecido y cruel en el que vivimos, una ficción como ésta te reconforta y reconcilia con la vida.
La película está basada en la novela homónima de Rudyard Kipling, tan rica base literaria está además magníficamente trasladada al cine.
La rueda de la vida, el gran juego, la gran carretera de la existencia, la voluntad de Dios, la lealtad, la libertad, los nobles sentimientos, la solidaridad, el amor, la muerte.
Todos esos temas aparecen y reaparecen una y otra vez, como digo la novela de Kipling es un clásico de la literatura, de ese autor bastante incomprendido en vida y premio Nobel.
No podéis dejar de verla, es de esas películas que reconfortan el alma, de esas que ponían en la antigua televisión en blanco y negro las tardes de vacaciones escolares, en Especial Vacaciones, ¿lo recordáis?
De esas películas que nos fueron educando, formando en valores, a todos los de la generación del baby boom de los 60.
Películas del gran cine, de los grandes héroes, las grandes epopeyas, los heroicos sentimientos.
Películas que son ya desde hace mucho tiempo historia del séptimo arte y patrimonio cultural de la humanidad, de esta humanidad que va desapareciendo día a día.
Al terminar de verla me asomé a ver el valle desde el mirador de la buhardilla, lucía el valle esplendoroso iluminado por la luz del atardecer, por la última luz del sol que dorada parecía acariciar tiernamente las copas de los árboles y la iridiscencia color turquesa del cielo.
Por un momento pensé que ese niño, ese hombre santo, y ese vendedor de caballos que protagonizan la película iban a aparecer por el camino del fondo del valle...
Aún los estoy esperando...
Y nada más, que la disfrutéis.
el paseante
Ésta es, sin duda, de las que de vez en cuando no puedo dejar de ver, necesito su alimento de buenos sentimientos, espiritualidad y belleza.
En la aridez de este mundo empobrecido y cruel en el que vivimos, una ficción como ésta te reconforta y reconcilia con la vida.
La película está basada en la novela homónima de Rudyard Kipling, tan rica base literaria está además magníficamente trasladada al cine.
La rueda de la vida, el gran juego, la gran carretera de la existencia, la voluntad de Dios, la lealtad, la libertad, los nobles sentimientos, la solidaridad, el amor, la muerte.
Todos esos temas aparecen y reaparecen una y otra vez, como digo la novela de Kipling es un clásico de la literatura, de ese autor bastante incomprendido en vida y premio Nobel.
No podéis dejar de verla, es de esas películas que reconfortan el alma, de esas que ponían en la antigua televisión en blanco y negro las tardes de vacaciones escolares, en Especial Vacaciones, ¿lo recordáis?
De esas películas que nos fueron educando, formando en valores, a todos los de la generación del baby boom de los 60.
Películas del gran cine, de los grandes héroes, las grandes epopeyas, los heroicos sentimientos.
Películas que son ya desde hace mucho tiempo historia del séptimo arte y patrimonio cultural de la humanidad, de esta humanidad que va desapareciendo día a día.
Al terminar de verla me asomé a ver el valle desde el mirador de la buhardilla, lucía el valle esplendoroso iluminado por la luz del atardecer, por la última luz del sol que dorada parecía acariciar tiernamente las copas de los árboles y la iridiscencia color turquesa del cielo.
Por un momento pensé que ese niño, ese hombre santo, y ese vendedor de caballos que protagonizan la película iban a aparecer por el camino del fondo del valle...
Aún los estoy esperando...
Y nada más, que la disfrutéis.
el paseante
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