La escena del beso, un beso con gato, un beso mojado que no
húmedo, aunque también, por qué no, un romántico beso final lleno de
sentimiento y emoción, y un gato, ante todo un gato que es como un hijo, un
bebé, una tierna criatura, inocente y bella, desamparada, igual que los
protagonistas de esta película.
Digo película por decir algo porque Desayuno con diamantes
no es sólo una película, el concepto película se le queda pequeño, igual que a
Casablanca, ambas son dos mitos, iconos, paradigmas del amor.
Dos perdedores, un gato y Nueva York, el cóctel perfecto,
una novela de Truman Capote, el autor de A sangre fría, y de repente el
milagro, una obra perfecta a la cual contribuye en enorme medida la presencia
de Audrey Hepburn y del gato, claro.
Por cierto, el gato es un actor excelente, una monada de
gato, y Audrey es la elegancia personificada, no creo que ninguna mujer pueda
jamás llegar a ser tan elegante como ella lo es en esta película, bueno, tal
vez sólo la Bergman
en Casablanca.
La verdadera elegancia siempre es débil, siempre es frágil, y siempre es algo incompleta.
Yo siempre lloro cuando veo este final de la foto, ellos dos
besándose con el gato abrazado mientras llueve, en las películas románticas
siempre llueve, la lluvia es un episodio climatológico muy romántico desde Cumbres
borrascosas.
Y mientras veía la película este sábado por la tarde en mi
casa del pueblo también llovía, llovía mansamente sobre el campo de primavera,
yo resguardado en la buhardilla veía la película en mi viejo video y lloraba,
lloraba en mi alma, y lloraba fuera sobre un paisaje como salido de la pluma de
Emily Brönte.
Por cierto,... Moonriver... and... me...
El paseante
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