Estoy leyendo este libro que me ha dejado mi padre que es también un gran amigo de los animales en general y de los gatos en particular, me está encantando y emocionando, me siento reflejado en las anécdotas, vivencias y experiencias que se contienen en los testimonios del libro, me sonrío, me identifico con lo que cuentan sus protagonistas, tener un gato, convivir con un gato es una experiencia única que te enriquece y ayuda a que te conozcas mejor, yo no sería el que soy si no hubiera tenido a mis queridos gatos, amados por mí, y habiendo sido yo tan querido por ellos.
El amor fluye entre uno y sus mascotas, los gatos son los reyes de la inteligencia emocional, nada que ver con la mayoría de las personas, la pareja ideal del hombre es un gato sin lugar a dudas, si pretendes recibir de una persona todo lo que un gato te da es tarea inútil, de ahí que la mayoría de las personas que están solas tengan un gato, con ellos es suficiente, son insuperables.
Tranquilos, pacientes, amorosos, hermosos, delicados, divertidos, relajantes...
Acariciar un gato es una experiencia única, Dios creó el gato para que el hombre supiera qué se siente al caraciar un león.
el paseante
(dedico esta entrada a mis queridos gatos Lulú, Rudi, Pipi, Sindi, Nacha-Minie y Negrito-King, con todo mi amor)
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(dedico esta entrada a mis queridos gatos Lulú, Rudi, Pipi, Sindi, Nacha-Minie y Negrito-King, con todo mi amor)
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“Venía corriendo a
verme, maullando de alegría”
Jose (delineante)
Gato: Magic
Magic llegó a casa en 1993. Hacía unos meses que mi abuelo había muerto y mis padres pensaron que ese animalito podría ayudarnos a superar la tristeza.
Gato: Magic
Magic llegó a casa en 1993. Hacía unos meses que mi abuelo había muerto y mis padres pensaron que ese animalito podría ayudarnos a superar la tristeza.
En esa
época, yo todavía vivía con mis padres y mi abuela, y pasé grandes momentos con
Magic. Sin embargo, cuando me independicé, decidí no tener gato. Pasaba muchas
horas fuera de casa y me era imposible poder cuidar de un animal como debía.
Además, Magic seguía en casa de mis padres, así que podía visitarle siempre que
quisiera.
Era un siamés bastante curioso. Cuando era pequeño,
llegamos a pensar que era ciego o que le pasaba algo en los ojos, porque se
golpeaba contra todo lo que encontraba por el camino. Luego se le pasó.
Más tarde,
empezó la época de intentar “escapar”. Iba a saludar a cualquiera que entraba
en casa. Venía corriendo a verte, maullando de alegría, y tú te pensabas que
venía a saludarte, pero lo que realmente intentaba era salir por la puerta.
Tenías que ser muy rápido en cerrarla, porque, si no, el muy pillo salía a la
calle.
Era un gato
muy cariñoso con todo el mundo, aunque a veces, después de reclamar mimos y de
recibirlos, decidía morderte la mano. Era su forma particular de decirte que ya
podías parar.
Mientras
estuve en casa de mis padres, Magic se subía a mi cama a dormir, acomodándose
sobre mis pies o entre mis piernas, lo que hacía que no me pudiera mover en
toda la noche.
Cuando ya me
había independizado, si iba a ver a mi familia y me quedaba a dormir, Magic
rememoraba los viejos tiempos con una visita nocturna para acurrucarse en mi
colchón.
Mi madre,
cuando habla del gato, siempre recuerda una anécdota que ocurrió hace años. En
aquella época, mi abuela vivía con nosotros y poco a poco se iba haciendo
mayor, a la vez que perdía facultades. Todos teníamos muy consentido a Magic y
le permitíamos que se subiera encima de nosotros, nos arañara, que nos marcara
con mordiscos cuando ya no quería jugar… Pero a mi abuela la respetaba casi de
forma reverencial.
Cuando se
rompió la cadera y se quedó muy débil, Magic se situaba en silencio a su lado y
hasta que mi abuela no le hacía una señal para que subiera, no subía a su cama.
La quería mucho.
Un día mi
abuela se desplomó en medio del comedor. Había muerto.
El gato la
encontró allí y se quedó en un rincón, observándola. Sabía que algo había
pasado, y le brillaban los ojos como si estuviera llorando.
Cuando se
llevaron a mi abuela, Magic se acercó al lugar donde ella había muerto y se
quedó allí, rascando el suelo, como queriendo tapar algo. Tal vez quería borrar
lo que había pasado, o tal vez era su manera de despedirse, de enterrarla.
Durante los
días siguientes visitaba el lugar y la buscaba. Es curioso cómo los animales
saben reconocer cuándo un ser querido se está yendo y cómo demuestran su pena
por la pérdida.
Magic estuvo
diecisiete años en la familia. Yo conviví con él durante diez años, pero lo
seguí viendo a menudo. Lo vi envejecer y estuve presente cuando dejó este
mundo.
Ocurrió hace
unos años. Hacía tiempo que se estaba apagando, y una mañana, estando yo en
casa de mis padres, al despertar me dijeron que fuera a verlo. Al parecer había
pasado muy mala noche.
Bajé las escaleras
por las que él, un año atrás, hubiera subido a darme los buenos días o bajado
corriendo para salir a la calle. Sus arañazos y mordiscos, sus juegos y
ronroneos no me esperaban. Estaba en su cesta de mimbre, acomodado en sus
cojines, pero exhausto. Me miró de reojo. Parecía como si me estuviera
esperando. No me saludó con su habitual “miauuuu”, pero lo hizo con un leve
movimiento de cola, y vi cómo daba su último suspiro. Era su manera de
despedirse de mí.
Fue un momento
muy especial, extraño y doloroso, pero que ahora recuerdo con mucho cariño. El
mismo que él me mostró al querer dedicarme su último adiós.
(Fragmento
del libro Alma de gato de Ruth Berger)
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