Allen, mi Woody particular, mi alter ego, Woody soy yo, cada
día más convencido de que todo hombre que se precie no es sino un Woody más.
Desternillantes los chistes de esta película de su
primerísima época donde prima el absurdo, el humor más absurdo y surrealista,
imprevisible, sorprendente, provocativo, iconoclasta, rompedor, pone a todos y
a todo boca abajo, siendo él mismo, su personaje, el que se enfrenta a todo
desde la nada de su falta de convicciones, ideales, certezas.
Reducido a lo esencial, el deseo, el deseo de conquistar el
mundo, las mujeres, la celebridad, juega con la idea de la ambición y al final
parece llegar a la misma conclusión a la que llega El Gatopardo de Lampedusa,
pero en tono de broma, es preciso que todo cambie para que en realidad no
cambie nada…
Se burla de la arrogancia del mundo este antihéroe americano
que puede ser antihéroe de cualquier lugar, plantea sentimientos y situaciones
universales, retrata la pequeñez del hombre moderno frente a una sociedad que
ha perdido su medida, la medida de lo humano, para adquirir por eso mismo la
medida del absurdo.
Hilarante, es el Woody encapsulado, en estado embrionario
aún pero igual de genial, el Woody en estado aún latente que habría de
desarrollar una cinematografía siempre basada en él mismo y por tanto basada en
todos.
Además no hay nada como hacer el ridículo, cuando uno hace el ridículo se libera al fin de toda tensión y descubre que hacer el ridículo es en realidad ser un genio y haber entendido la futilidad de todo, porque todo no es sino ridículo al final.
No os la podéis perder.
El paseante
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