miércoles, 11 de abril de 2012

El Ruiseñor.

 

La maestría de Lépage

 

Entre los mails que se me acumulan sobre estrenos y reestrenos operísticos, me ha llamado la atención positivamente que la Opera de Lyon -http://www.opera-lyon.com/spectacles/opera/fiche-opera/fichespectacle/le-rossignol-et-autres-fables-2/- haya recuperado en la agenda de este mes de abril uno de los espectáculos más bellos y poéticos de Robert Lepage.
Se trata de "El ruiseñor", es decir, el cuento que Andersen ambientó en una hipotética China y del que Stravinsky, ruso de pasaporte,  escribió la música en plena efervescencia personal sin perder de vista las fábulas musicales de Rimsky-Korsakov, aunque la  dramaturgia de Lépage, natural de Québec,  proviene, a su vez,  del impacto que le produjeron las marionetas vietnamitas.
Tuvo ocasión de descubrirlas con ocasión de un reciente  viaje a Saigón. Allí aprendió que la tradición del teatro en miniatura se remontaba más o menos al trayecto de un milenio. También le fascinó el vínculo  de proyección  entre la marioneta  y su manipulador.
Fue la razón por la que le atrajo el proyecto de "El Ruiseñor". Le convenía un cuento universal. Le interesaba que la riqueza cromática de la música de Stravinsky  y la nobleza de los matices pudiera  alojarse en el escrúpulo artesanal de los maestros de Saigón.
Son ellos quienes manejan muchas de las "criaturas", pero es cierto que los cantantes  principales se hacen cargo de la suya.  Las convierten en un camino de expresión y establecen un vínculo de recíproca dependencia, hasta el extremo de que el gesto se confunde con la voz y que los pasajes vocales se entretejen con el movimiento sutilísimo de los "guiñoles".
Impresiona la maestría con que Robert Lepage escucha la música. Quiere decirse que  el audaz director canadiense  extrapola  en el plano escénico la partitura de "El ruiseñor". Nos la materializa  mediante la iluminación crepuscular y la coreografía de las marionetas. Casi siempre mecidas en el agua con que  rellena el foso del teatro.
Es la primera sorpresa  que Lepage idea para sorprender a los espectadores. De hecho, la orquesta se aloja detrás de los cantantes y de las marionetas. Incluido  un gigantesco tambor que el Lepage transforma simbólicamente en la Luna de la vida y de la muerte.
"El ruiseñor"  procura momentos de entrañable humor  y situaciones de estremecimiento. Se desdobla en escena como un caleidoscopio. Elude la sensiblería tanto como obtiene la mirada atónita y el compromiso silencioso de los espectadores.
Porque se trata de un espectáculo esencial. Esencial por la artesanía dramatúrgica, esencial por la arquitectura teatral,  y esencial porque Lepage se vale de los elementos para cobijar una historia cuya profundidad sobrepasa gracias a él la moraleja del cuento de Andersen.

Rubén Amón
Rubén Amón Barítono frustrado y pianista de grado elemental, un servidor ha encontrado en el ordenador un teclado más asequible y complaciente. Aquí hablamos de ópera y de música clásica, sin acritud ni afán de proselitismo.

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