EL MUNDO 11/04/2012
Amarrado al pitillo como a un mástil portátil, David Hockney (Bradford, Inglaterra, 1937) dijo en una ocasión "No es necesario creer en lo que dice un artista, sino en lo que hace". Hockney tiene aristas de un mito complejo. Dentro de la psicología bipolar del establishment británico se instaló a su manera en los márgenes. Y ahí se ha ido modelando como referente de un singular naturalismo festivo.
Pero, también, como un teórico de sí mismo, de todo aquello que alimenta su obra. El color. Las herramientas digitales. La presión asombrosa de los clásicos... Así hasta descifrarse un poco más con la suma de conversaciones que dan cuerpo al volumen: 'David Hockney. El gran mensaje', del periodista y crítico Martin Gayford, que publica en España La Fábrica.
Un libro que puede servir de mapa sentimental de la búsqueda de Hockney en la pintura. Y una guía también para la exposición antológica que hasta el lunes acogía la Royal Academy of Arts de Londres y que a partir del próximo 15 de mayo estará en el Guggenheim de Bilbao. Entre las piezas seleccionadas para esta cita destacan las últimas creaciones digitales del pintor. Cuadros desarrollados con el teléfono móvil y las tabletas digitales, un iPhone y un iPad que cuentan con su aplicación favorita: Brushes. Una nueva jurisdicción para su obra, que prolonga el placer de pintar constantemente.
Y lo explica: "No se trata sólo de poder dibujar en el aparato. Es la manera de distribuir los dibujos. Eso es algo nuevo, muy nuevo, que provocará grandes trastornos. Hasta que no vi ahí mis dibujos reproducidos nunca me había visto a mí mismo dibujar de verdad... Picasso se habría vuelto loco con algo así".
Conversaciones que forman un libro
Durante algo más de una década, Hockney y Gayford mantuvieron largas conversaciones para distintos periódicos y revistas. Charlas que hurgaban en la vida, en lo alcanzado, en las teorías de Hockney sobre los clásicos del arte europeo, el teatro, la ópera, las escenografías, los viajes, la literatura... Todo aquello que asesta coordenadas a una vida de entusiasmo portátil, de conjunciones nómadas... Con ideas de este pelaje.David Hockney: "Vemos con la memoria... Y lo que ves es lo que decides ver. Lo demás, lo ignoras. Monet probablemente decidía qué mirar. ¿Cómo se hace para ver las nubes reflejadas en el agua? Lo único que necesitaba era bajar por la mañana temprano al estanque de los nenúfares y fumarse un par de cigarrillos sentado en la orilla. Y, a continuación, volver y ponerse a pintar".
Más o menos lo que hace David Hockney cuando se instala ante un paisaje, con un caballete, au plein air, o junto a un andamio de nueve cámaras digitales de las que luego extraerá perspectivas para alimentar algunas de sus piezas al natural... Aunque no es de los que vuelcan toda la fe en el poder de la fotografía. "Mucha gente piensa que el mundo se parece a lo que se reproduce en las fotografías. Siempre he asumido que una instantánea está cerca de ser correcta, pero ese poco que hace que no atine en el blanco es lo más interesante. Ese poco, ese margen de error, ese territorio inexplorado es lo que busco a tientas".
¿Y qué hay de sus maestros? "Son muchos, claro. Pero Van Gogh es uno de los dibujantes más grandes. Me encantan los bocetitos que aparecen en sus cartas, parecen dibujos a partir del dibujo... Hoy día los haría con su iPhone", sostiene en uno de los 21 capítulos del libro. Más de 200 páginas de espeleología por los adentros del arte, según Hockney. El pintor, el buzo tecnológico que quiere pintar en su teléfono como Piero della Francesca, rompiendo así el culto del arte a la tabla original.
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