martes, 21 de enero de 2014

El cuadro de la semana. La Asunción de la Virgen. Ticiano. 1518.




But that summer...

Los quince días que estuvimos en Venecia pasaron rápida y dulcemente, quizás demasiado dulcemente, me ahogaba en aquella maravilla sin estímulo alguno, me quedó un confuso recuerdo de la brillante luz del sol en las arenas y de los frescos interiores de mármol con agua por todas partes lamiendo las piedras con una moteada luz reflejada en los techos pintados.

Así que nos convertimos en turistas...

De niño yo creía en la religión, me llevaban a la iglesia cada semana y en la escuela tenía que ir a la capilla cada día, pero como si de una compensación se tratara me dispensaban de ir a la iglesia durante las vacaciones, la idea implícita en mi formación académica era que la narrativa básica del cristianismo hacía tiempo que era considerada un mito y actualmente había división de opiniones acerca del valor ético de sus enseñanzas aunque lo cierto es que se decantaban en su contra, la religión era un hobbie que algunos personas profesaban y otras no, en el mejor de los casos era ligeramente ornamental y en el peor era la manifestación de una serie de complejos e inhibiciones santo y seña de una época, de la intolerancia, la hipocresía y la simple estupidez que se le había atribuido durante siglos, nadie me había insinuado que estas observaciones llevaban implícito todo un sistema filosófico y varias intransigentes afirmaciones históricas, y si lo hubieran hecho, no me hubiera interesado, mi padre no iba a la iglesia con excepción de las grandes ocasiones familiares, e incluso lo hacía a regañadientes, creo que mi madre sí era muy devota, en cierta ocasión me pareció extraño que considerara un deber abandonarnos a mi padre y a mí para irse con una ambulancia a Serbia y acabar muerta de agotamiento en las nieves de Bosnia, pero más tarde descubrí ese mismo espíritu en mí y llegué a aceptar afirmaciones que entonces, en 1923, no había examinado a fondo, y a considerar lo sobrenatural como una realidad, pero aquel verano esas consideraciones eran innecesarias...

Algunos días la vida seguía el ritmo de la góndola mientras nos deslizábamos por los canales y el gondolero susurraba su canto de advertencia, otros días íbamos con la lancha rápida rebotando sobre la laguna y dejando una estela iluminada por el sol, cada mañana después del desayuno, Sebastian, Cara y yo, salíamos por la puerta principal del palacio y caminábamos por un laberinto de puentes, plazas y callejuelas, para ir a Florián a tomar café, y observábamos las solemnes multitudes que cruzaban las calles una y otra vez, ...yo nadaba en miel sin piel...

(Retorno a Brideshead, fragmento)

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