Woody Allen: “A mí nadie me toma en serio”
Frente a la indiferencia habitual del cineasta, los críticos de EE UU reciben con locura el estreno de ‘Blue Jasmine’, según algunos su mejor película en la última década
Rocío Ayuso Los Ángeles 29 JUL 2013 - EL PAÍS-Cultura.
Cuando llega la hora de la reflexión, nadie mejor que Woody Allen para brindarse a ello. Con 40
películas como director en los últimos 40 años de carrera, Allen, de 77, es un
realizador tan prolífico como reverenciado, aunque a veces igualmente criticado
y hasta vilipendiado, al menos en lo que a su vida personal se refiere. Su
último filme, Blue
Jasmine, llega ahora
a las pantallas estadounidenses como una oda a la reflexión, una fábula moral
dedicada a ese momento de contrición, al arrepentimiento por lo que se hizo o
quizá por lo que no se hizo que todo el mundo vive en algún punto de su vida. Y
como el director, guionista, y sobre todo autor, aunque cada vez menos actor,
reconoció a este periódico durante el rodaje de la película, de autocrítica y
autoanálisis, que él sabe mucho. Porque, como dijo en un momento de sinceridad:
“Yo nunca volví a empezar. Caí en picado y a partir de ese momento ya nunca
volví a enderezarme”.
Blue Jasmine es una historia contemporánea en la que una mujer que lo ha tenido todo (Cate Blanchett) —parte de la cúspide de la élite económica neoyorquina—, ve cómo su mundo de riqueza y privilegios desaparece cuando su marido (Alec Baldwin) es detenido por fraude. Una historia que remite inevitablemente a Ruth Madoff, esposa de Bernard Madoff, inversor, financiero y ladrón de guante blanco. Protagonista del mayor fraude en la historia de EE UU, a la postre, epicentro de la crisis que asuela a parte de Occidente. Sin embargo, Allen asegura que su filme nace de una idea que le dio su esposa, Soon-Yi Previn, cuando le habló de una mujer que había conocido y que atravesaba esta crisis personal y económica. Esa es al menos su versión cuando, con frases cortas, resume una trama de la que prefiere no hablar, al menos mientras está inmerso en el rodaje. En esos momentos le preocupan otras cosas, como el día tan soleado con el que les recibe San Francisco, ciudad en la que trabajó hace demasiados años, al principio de su carrera con Toma el dinero y corre o Sueños de un seductor,y de la que esperaba niebla y lluvia, pero la jornada ha preferido recibirlo con un cielo azul que le tiene contrariado. “Woody dice que esta luz hace el plano menos interesante. Además de que nos obliga a cerrar los ojos”, comenta Blanchett divertida, compartiendo los comentarios que Allen intercambia con su director de fotografía, el español Javier Aguirresarobe.
Amante de las filmaciones en exteriores, Blue Jasmine es la primera película en una larga temporada con la que Allen regresa a Estados Unidos, rompiendo el ciclo de proyectos que permitió al realizador viajar desde Manhattan a toda Europa: Londres (Match Point), Barcelona (Vicky, Cristina, Barcelona); París (Midnight in Paris) y Roma (A Roma con amor).
En esta ocasión, la historia podría tener lugar en cualquier esquina del globo. Allen, director de mujeres por excelencia, está mucho más interesado en enfocar este drama desde los ojos de su protagonista. La ciudad, ya sea San Francisco o incluso Nueva York, no es más que el telón de fondo. “Woody está fascinado por las mujeres. Las adora. Está enamorado de sus excentricidades, de sus emociones, de su forma de pensar, de su psicología, en ocasiones extremas, de cuán pintorescas podemos llegar a ser”, confirma ya concluido el rodaje una Cate Blanchett que se confiesa como alguien que “babea por Allen”. La intérprete asegura que está enamorada de este director, con el que siempre quiso trabajar, y eso que hasta se había dado ya por vencida. Eso hasta que recibió una llamada de dos minutos y medio en la que el cineasta le dijo si le interesaba leer el guion. La respuesta: un sí rotundo. La segunda llamada duró todavía menos, “medio minuto”, apunta Blanchett. Tiempo suficiente para decirle y reiterarle su total y rotunda disponibilidad. A lo que Woody Allen solo añadió: “Pues nos vemos en el rodaje”.
En un verano escaso de mujeres en la gran pantalla, al menos de féminas que no vistan leotardos de superhéroe, la llegada de Blue Jasmine se recibe como un nuevo ejemplo de lo que significa el trabajo de Allen para las actrices. Especialmente para aquellas por encima de los 40. Después de todo, se trata del hombre capaz de llevar al Oscar a gran parte de sus musas. Ya sean las dos estatuillas conseguidas por Dianne Wiest (Hannah y sus hermanas y Balas sobre Broadway), o las que recibieron Mira Sorvino (Poderosa Afrodita), Penélope Cruz (Vicky, Cristina, Barcelona) y, especialmente, Diane Keaton por Annie Hall, la persona que, como subrayan sus críticos, abrió los ojos del realizador a las mujeres. “Creo que fue un dramaturgo británico quien dijo que un hombre se puede esconder tras la máscara de una mujer y mostrar así su visión del mundo desde otro prisma”, cuenta Blanchett. “De ahí que durante el rodaje le preguntara por qué no interpretaba él el papel de Jasmine. Por un minuto se quedó pensando y totalmente en serio me contestó ‘porque hubiera sido muy cómico”.
Allen también se acuerda de esta conversación y corrobora la respuesta casi como si fuera su maldición. “Esta película es más seria que otras mías pero a mí nadie me toma en serio. Les pasa a todos los comediantes. En su día pensé en formar parte del reparto de Interiores, pero la reacción del público habría sido de risa”, admite con pesar. En aquella ocasión habría querido ser Mary Beth Hurt. Ahora, como entonces, se limita a escribir unos personajes tan llenos de Woody Allen que no se ve en la necesidad de dar indicaciones durante el rodaje. “El 97% del trabajo del director está en el guion. Las palabras que ha escogido son tan especiales, con un ritmo tan particular, que ahí tienes todo lo que debes de saber para hacer tu trabajo”, resume la actriz. Los piropos continúan porque, como dice Allen, cuando uno contrata a una actriz como Blanchett, alguien a quien conoció por su trabajo al mando de Martin Scorsese en El aviador, en Elizabeth, Hanna o El talento de Mr. Ripley, “lo único que le queda por hacer como director es quitarse de en medio”, según sus propias palabras. “Ella me hace quedar bien”, apostilla Woody Allen.
En el set de rodaje no todo son rosas. Detrás del día soleado se esconden quejas como las que subraya el actor Peter Sarsgaard, encantado de trabajar con Allen, pero honesto al reconocer que, dado que su papel es secundario, recibió sus páginas y por toda indicación solo obtuvo un “haz lo que quieras, pero que sea bueno”. “Con lo que me dijeron no pude aclararme si Blue Jasmine era una comedia o un drama. Cate tampoco parecía tenerlo claro. Quizá el tono de esta película es más huidizo que el de otras anteriores”, recuerda. La intérprete australiana está de acuerdo. “El registro fue uno de los mayores retos. Pero hablamos de Woody Allen, el hombre que hizo Bananas e Interiores. Alguien capaz de hacernos reír con las cosas más trágicas y de encontrar momentos serios en lo más absurdo. En cualquier caso es el director más voraz que conozco. Ya está preparando su próximo trabajo en el sur de Francia. Está tan lleno de ideas que no puede parar”.
Por desgracia, ese torrente cinematográfico es también fuente de sus mayores críticas, en especial por aquellos que censuran una producción tan prolífica que llega al espectador a falta de un último hervor. Para muchos está perdiendo la magia que otros directores de su talla cultivan cuando hacen de cada uno de sus estrenos un momento singular en sus carreras.
Comentarios que no afectan a Blue Jasmine. El drama llega acompañado de las mejores críticas recibidas por Allen en los últimos años. El periódico The New York Times describe este filme como “el más satisfactorio” desde Match Point, es decir, prácticamente el mejor Allen en la última década. Los Angeles Times lo califica como “una gema oscura, pero conmovedora”. “El más conseguido de sus trabajos”, afirma The New Yorker. O, como resume la actriz protagonista, una película con paralelismos a Un tranvía llamado deseo, pero a la vez muy diferente. “Una obra en la que las mujeres se pasean por esa fina línea entre la brutalidad y la poesía, la fantasía y la realidad, pero con el ritmo y la tonalidad propia de un Woody Allen”.
Blue Jasmine es una historia contemporánea en la que una mujer que lo ha tenido todo (Cate Blanchett) —parte de la cúspide de la élite económica neoyorquina—, ve cómo su mundo de riqueza y privilegios desaparece cuando su marido (Alec Baldwin) es detenido por fraude. Una historia que remite inevitablemente a Ruth Madoff, esposa de Bernard Madoff, inversor, financiero y ladrón de guante blanco. Protagonista del mayor fraude en la historia de EE UU, a la postre, epicentro de la crisis que asuela a parte de Occidente. Sin embargo, Allen asegura que su filme nace de una idea que le dio su esposa, Soon-Yi Previn, cuando le habló de una mujer que había conocido y que atravesaba esta crisis personal y económica. Esa es al menos su versión cuando, con frases cortas, resume una trama de la que prefiere no hablar, al menos mientras está inmerso en el rodaje. En esos momentos le preocupan otras cosas, como el día tan soleado con el que les recibe San Francisco, ciudad en la que trabajó hace demasiados años, al principio de su carrera con Toma el dinero y corre o Sueños de un seductor,y de la que esperaba niebla y lluvia, pero la jornada ha preferido recibirlo con un cielo azul que le tiene contrariado. “Woody dice que esta luz hace el plano menos interesante. Además de que nos obliga a cerrar los ojos”, comenta Blanchett divertida, compartiendo los comentarios que Allen intercambia con su director de fotografía, el español Javier Aguirresarobe.
Amante de las filmaciones en exteriores, Blue Jasmine es la primera película en una larga temporada con la que Allen regresa a Estados Unidos, rompiendo el ciclo de proyectos que permitió al realizador viajar desde Manhattan a toda Europa: Londres (Match Point), Barcelona (Vicky, Cristina, Barcelona); París (Midnight in Paris) y Roma (A Roma con amor).
En esta ocasión, la historia podría tener lugar en cualquier esquina del globo. Allen, director de mujeres por excelencia, está mucho más interesado en enfocar este drama desde los ojos de su protagonista. La ciudad, ya sea San Francisco o incluso Nueva York, no es más que el telón de fondo. “Woody está fascinado por las mujeres. Las adora. Está enamorado de sus excentricidades, de sus emociones, de su forma de pensar, de su psicología, en ocasiones extremas, de cuán pintorescas podemos llegar a ser”, confirma ya concluido el rodaje una Cate Blanchett que se confiesa como alguien que “babea por Allen”. La intérprete asegura que está enamorada de este director, con el que siempre quiso trabajar, y eso que hasta se había dado ya por vencida. Eso hasta que recibió una llamada de dos minutos y medio en la que el cineasta le dijo si le interesaba leer el guion. La respuesta: un sí rotundo. La segunda llamada duró todavía menos, “medio minuto”, apunta Blanchett. Tiempo suficiente para decirle y reiterarle su total y rotunda disponibilidad. A lo que Woody Allen solo añadió: “Pues nos vemos en el rodaje”.
En un verano escaso de mujeres en la gran pantalla, al menos de féminas que no vistan leotardos de superhéroe, la llegada de Blue Jasmine se recibe como un nuevo ejemplo de lo que significa el trabajo de Allen para las actrices. Especialmente para aquellas por encima de los 40. Después de todo, se trata del hombre capaz de llevar al Oscar a gran parte de sus musas. Ya sean las dos estatuillas conseguidas por Dianne Wiest (Hannah y sus hermanas y Balas sobre Broadway), o las que recibieron Mira Sorvino (Poderosa Afrodita), Penélope Cruz (Vicky, Cristina, Barcelona) y, especialmente, Diane Keaton por Annie Hall, la persona que, como subrayan sus críticos, abrió los ojos del realizador a las mujeres. “Creo que fue un dramaturgo británico quien dijo que un hombre se puede esconder tras la máscara de una mujer y mostrar así su visión del mundo desde otro prisma”, cuenta Blanchett. “De ahí que durante el rodaje le preguntara por qué no interpretaba él el papel de Jasmine. Por un minuto se quedó pensando y totalmente en serio me contestó ‘porque hubiera sido muy cómico”.
Allen también se acuerda de esta conversación y corrobora la respuesta casi como si fuera su maldición. “Esta película es más seria que otras mías pero a mí nadie me toma en serio. Les pasa a todos los comediantes. En su día pensé en formar parte del reparto de Interiores, pero la reacción del público habría sido de risa”, admite con pesar. En aquella ocasión habría querido ser Mary Beth Hurt. Ahora, como entonces, se limita a escribir unos personajes tan llenos de Woody Allen que no se ve en la necesidad de dar indicaciones durante el rodaje. “El 97% del trabajo del director está en el guion. Las palabras que ha escogido son tan especiales, con un ritmo tan particular, que ahí tienes todo lo que debes de saber para hacer tu trabajo”, resume la actriz. Los piropos continúan porque, como dice Allen, cuando uno contrata a una actriz como Blanchett, alguien a quien conoció por su trabajo al mando de Martin Scorsese en El aviador, en Elizabeth, Hanna o El talento de Mr. Ripley, “lo único que le queda por hacer como director es quitarse de en medio”, según sus propias palabras. “Ella me hace quedar bien”, apostilla Woody Allen.
En el set de rodaje no todo son rosas. Detrás del día soleado se esconden quejas como las que subraya el actor Peter Sarsgaard, encantado de trabajar con Allen, pero honesto al reconocer que, dado que su papel es secundario, recibió sus páginas y por toda indicación solo obtuvo un “haz lo que quieras, pero que sea bueno”. “Con lo que me dijeron no pude aclararme si Blue Jasmine era una comedia o un drama. Cate tampoco parecía tenerlo claro. Quizá el tono de esta película es más huidizo que el de otras anteriores”, recuerda. La intérprete australiana está de acuerdo. “El registro fue uno de los mayores retos. Pero hablamos de Woody Allen, el hombre que hizo Bananas e Interiores. Alguien capaz de hacernos reír con las cosas más trágicas y de encontrar momentos serios en lo más absurdo. En cualquier caso es el director más voraz que conozco. Ya está preparando su próximo trabajo en el sur de Francia. Está tan lleno de ideas que no puede parar”.
Por desgracia, ese torrente cinematográfico es también fuente de sus mayores críticas, en especial por aquellos que censuran una producción tan prolífica que llega al espectador a falta de un último hervor. Para muchos está perdiendo la magia que otros directores de su talla cultivan cuando hacen de cada uno de sus estrenos un momento singular en sus carreras.
Comentarios que no afectan a Blue Jasmine. El drama llega acompañado de las mejores críticas recibidas por Allen en los últimos años. El periódico The New York Times describe este filme como “el más satisfactorio” desde Match Point, es decir, prácticamente el mejor Allen en la última década. Los Angeles Times lo califica como “una gema oscura, pero conmovedora”. “El más conseguido de sus trabajos”, afirma The New Yorker. O, como resume la actriz protagonista, una película con paralelismos a Un tranvía llamado deseo, pero a la vez muy diferente. “Una obra en la que las mujeres se pasean por esa fina línea entre la brutalidad y la poesía, la fantasía y la realidad, pero con el ritmo y la tonalidad propia de un Woody Allen”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario