BLOG | Diario de un pediatra en Chad EL MUNDO.ES 16 05 2013
Preparando el cuerpo. | Pep Bonet/NOOR
La familia sube a la parte trasera descubierta del todoterreno con el pequeño Marsal cubierto por una tela beis. Pep se une al grupo. Arrancan dejando una humareda rojiza tras de sí, con una madre desolada que queda tendida en el suelo, sin fuerzas, sollozando. No sólo se tiene que quedar en el hospital por su enfermedad, sino que no hubiera sido aceptada en el entierro de su propio hijo por razones culturales y religiosas.
Son pocos los fotoperiodistas que han podido seguir tan de cerca la ceremonia musulmana del funeral de un niño. Pep lo ha intentado, ha aprendido, con el paso de los años, hasta dónde puede llegar, a conocer ese punto de peligro al que no merece la pena acercarse.
Durante el camino a la mezquita es muy difícil sacar fotos y agarrarse a la vez para no salir despedido. En ocasiones tienen que agacharse para no golpearse con las ramas de los árboles mangueros. Recorren caminos tortuosos durante 30 largos minutos hasta llegar a la mezquita.
La sepultura. | Pep Bonet/NOOR
Las mujeres llegan a entrar en la mezquita, pero por poco tiempo, la cultura musulmana no lo permite, ni siquiera a la madre hubiera podido estar allí. Acatan las órdenes y se van. En la mezquita hay un total de unos 11 miembros más. Antes de rezar destapan el frágil cuerpo del pequeño, lo tienden sobre una esterilla. Al lado hay un pozo, un joven saca agua con la que llenan una jarra. Entre el Imán y otro hombre limpian el cadáver para después colocarlo sobre un paño blanco inmaculado cortado a la medida de Marsal. Una vez envuelto lo dejarán allí, bajo el sol, hasta terminar sus rezos.
Las mujeres siguen sin tener acceso al pequeño, ni siquiera cuando lo llevan en coche al lugar del entierro.
Unas 11 personas suben a la parte trasera del vehículo junto a Marsal y un puñado de bloques de barro. Se alejan de la mezquita para llegar a un lugar muy, muy tranquilo, donde sólo se escuchaban las cigarras, con un calor muy, muy sofocante.
Llama la atención la habilidad con la que excavan el agujero. Con una delicadeza especial depositan su cuerpecito en el interior para después cubrirlo con ladrillos moldeados en el momento a mano. Unas cuantas paladas de tierra sobre ellos finaliza el trabajo.
De vuelta al hospital pasan por la mezquita para recoger a las tres mujeres, que esperan pacientes bajo la sombra de un árbol, mantenidas al margen, como dicta la religión musulmana.
Un consejo: Con respeto se aprende a escuchar, al escuchar se aprende a dialogar, al dialogar se aprende a respetar...
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