El Hamlet de Kenneth Branagh (1996)
Grandeza
Pocos textos con una grandeza
comparable a la de Hamlet, mitad loco, mitad visionario, mitad víctima, mitad
verdugo. Hamlet, paradigma del propio ser humano, con sus excelencias y sus
miserias, sus enormes dudas y sus escasas certezas. El genio de Shakespeare se
muestra en esta tragedia en todo su esplendor. Recoge un argumento, al que eleva
a la categoría de obra maestra de la literatura dramática.
Se han hecho multitud de
versiones sobre los escenarios. Yo he visto bastantes, y recuerdo con especial
cariño la de Patrice Cherau, limpia, conmovedora, en París, y la de José Luis
Gómez, en España, no hace mucho años, dentro de los límites de una más que
evidente corrección. Ahora en Madrid puede verse la versión de Tomaz Pandur con
la sorpresa (relativa) de que ese personaje lo interpreta una actriz, Blanca
Portillo, que ya se atreve con todo y sale airosa de todos los retos en los que
se mete.
En el cine es una referencia
obligada la versión de Laurence Olivier de 1948, tan ortodoxa y pedagógica.
También es recordable la de Franco Zefirelli de 1990, tal vez demasiado
truculenta y comercial, protagonizada por Mel Gibson. Pero a mí me deslumbra la
versión que en 1996 hizo Kenneth Branagh, interpretando y dirigiendo una joya,
una de las cimas del mejor cine que se atreve con el mejor teatro, y que entre
ambos se enaltecen y se potencian.
Inteligencia, belleza, sabiduría,
eficacia… No hay palabras suficientes para adjetivar esta excelencia que
conjuga, sin pervertirla ni edulcorarla, la profunda reflexión filosófica que
Shakespeare nos propone, y nos divierte con la parte jocosa y humorística,
también consustancial al texto original. Los géneros se diluyen en un todo
hermoso y completo: la verdad siempre es tragicómica.
Se podría decir tanto… Hablar de
los actores, por ejemplo, del recital de talento que nos ofrecen, a veces en
pequeñas gotas. Nada menos que Charlton Heston, Jack Lemon, Gerard Depardieu,
Robin Williams, y tantos otros, haciendo papeles supuestamente episódicos. No
hay papeles pequeños, sino actores pequeños advertía Stanislavski. Homenaje a
los actores, a estos y a todos en general, al teatro como espejo veraz de la
realidad, como instrumento para azuzar las conciencias.
Y, por último, el recital de
Branagh como actor. Contenido en el exceso, exacto en el punto cero, intenso y
contundente en las estribaciones de lo íntimo. Kate Winslet todavía no era la
que ahora es, pero ya le da la réplica amorosa en un amor marcado por lo
imposible, por la muerte, la desesperación, la locura y la desgracia.
Si tuviera que elegir tres
películas en mi vida, ésta sería, sin duda, una de ellas.
Del blog Los ojos de Caín 30-agosto-2009.
Cine, teatro, literatura, reflexiones...
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