7x4=28, sí, 28 armarios, distribuidos en 4 pisos a 7
armarios por piso, los conté, todos cerrados, grandes armarios como de sacristía antigua,
de madera oscura, de diferentes tipos, se abren y cierran, entran y salen los
personajes por ellos, crean un ambiente opresivo, tétrico, imponen, mucho
armario, tal vez demasiado armario junto, resulta, eso sí, muy original en su
planteamiento, algo radical, rompedor, sorprendente, no es fácil poner en
escena una obra como ésta sin caer en el costumbrismo facilón, y esta puesta en
escena subraya elementos de la obra no precisamente fáciles, los remarca, y no
solo a través de los armarios, también a través de otros símbolos que por otro
lado dan una visión actualizada del texto, basada en imágenes con mucha fuerza
visual y, sobre todo, de la música y el canto que vienen a ser lo fundamental en
una ópera, como ésta de Albéniz. Tiene todo un cierto aire lorquiano de fondo.
La realidad es un texto en sí misma considerada, el escritor
no tiene sino que leer el discurso que le brinda la realidad, el discurso que
le pone delante de los ojos, el escritor comprende la realidad a través del
lenguaje porque su pensamiento está conformado por palabras, frases, discursos,
entonaciones, el escritor habla para sí un discurso sobre la realidad, se lo
dice a sí mismo en silencio, se lo susurra, desde esas palabras que designan e interpretan la
realidad y conforman la mente del hombre, primero es la palabra y luego el
pensamiento, luego vendrá el texto
escrito.
Así elaboraría Juan Valera su obra Pepita Jiménez, supongo,
y sobre ese discurso escrito, la novela, , el libretista escribió el texto de
la ópera en Inglés , y sobre ese libreto Albéniz escribió su música, su discurso
musical, magnífico por cierto, discurso sobre discurso que se van alejando en
interpretaciones sucesivas y superpuestas del original de la novela de Valera,
y sobre esa suma de discursos superpuestos el director de escena, en este caso
Calixto Bieito, elabora otro discurso visual, es decir, vuelve a la realidad
primigenia, al discurso real leído e interpretado por Valera en el origen, o al
menos pretende volver a esa esencia que dio origen o fue detonante del discurso
escrito.
Por fin el espectador contemplando el espectáculo vuelve a
reescribir una vez más ese discurso sucesivo, esos múltiples discursos
superpuestos que se le presentan en la representación, mediante su interpretación
de todo aquello, y el crítico escribe su interpretación, sus impresiones, su
visión del resultado y las ideas que ha despertado en él.
Discurso sobre discurso, sobre discurso, armario sobre
armario, sobre armario.
El arte es así, se actualiza en sus múltiples y variadas
interpretaciones, se enriquece.
El espectáculo de ayer fue sinceramente muy enriquecedor,
teatro con mayúsculas en el que además se sumó una maestría excepcional de los
cantantes, a destacar especialmente la pareja protagonista y en concreto la
soprano que interpreta a Doña Pepita, Nicola Beller, a la que además acompaña
un físico perfecto para el papel, y que supo hacer una interpretación
magnífica, igualmente destacable la orquesta de la Comunidad de Madrid y el
coro, así como el coro de niños, de una delicadeza angelical.
La ópera de Albéniz se mueve en los márgenes de la ópera
verista, recuerda a Il tritico de
Puccini, en concreto a Suor Angelica, comparten ambas óperas tema religioso y amoroso de fondo, deliciosa
música, bellísimo canto, inspirados solos de soprano y de tenor, y emotivos
dúos de ambos en los que se concentra la pasión amorosa que trata inútilmente de
ser reprimida.
Al final triunfa el amor y todas las puertas de los armarios
se abren llenándose el escenario de una brillante luz.
Insisto, bellísimo espectáculo perfectamente entramado,
completo, abrumadoramente bello, los aplausos del final lo corroboraron
cumplidamente, curiosa estadística final la de los aplausos, coincidieron con
mi percepción del espectáculo, en la valoración de sus intérpretes y sus
directores, de orquesta y de escena, todos sin excepción muy acertados, pero
por encima de todos la protagonista, la soprano Nicola Beller y el director artístico Calixto Bieito.
El paseante
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