jueves, 31 de mayo de 2012

Soy adicto a mí.


Confieso mi adicción.
Soy adicto a mí.
No he conocido nunca a nadie tan interesante como yo, ése es mi problema, ésa es mi frustración.
Apenas tuve uso de razón me di cuenta de que era único, irrepetible, maravilloso.
He buscado siempre a alguien que pudiera estar a mi altura pero es imposible.
Soy adicto a mí mismo, a la sustancia que me conforma, a mi química, mi propio cuerpo genera la fórmula de la sustancia adictiva que satisface mi adicción a mí.
Vivo pleno en mí.
Jamás he conocido a nadie que me superara en nada.
Jamás he conocido a nadie que no fuera inferior a mí.
Jamás he conocido a nadie al que yo no fuera superior.
Soy, en definitiva, un superhombre, un ser perfecto, un santo.
Único, irrepetible, maravilloso.
Deseado, envidiado, odiado por eso mismo.
Y esa excelencia que me conforma ha sido durante toda mi vida mi principal desventaja.
En un mundo de mediocres es difícil encajar siendo como soy yo, un dios.
Y con su mediocridad, su envidia, su egoísmo mezquino, su falta de valores, de sentimientos nobles, de pensamientos elevados, se han dedicado, desde siempre, a ponerme zancadillas.
Pero eso, lejos de hundirme o aniquilarme como pretendían, me ha hecho aún mejor y me ha elevado definitivamente a un plano espiritual de perfección moral y de unión con Dios.
Mi vida, yo, no son sino la sublime escritura del destino divino en mí.
Soy un elegido.
Soy la materialización de Dios en la tierra.
Y soy, al igual que él, compasivo, generoso, paciente, sacrificado y lleno de amor al prójino.
Por todo esto soy grande, único, irrepetible, maravilloso.
Y adicto a mí.

el paseante

(entrada dedicada a mi amiga Manoli)

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