Todos estamos condenados a muerte,
tarde o temprano moriremos, tenemos fecha de caducidad escrita no se sabe bien
en qué lugar de nuestra alma, pero la tenemos, eso seguro, y no podemos saber
nunca cuál es hasta que sucede, y puede suceder en cualquier momento, ahora
mismo, mañana, pasado mañana, dentro de unos meses, años, décadas…
Borges dijo una frase suprema, única,
indiscutible:
Para morirse sólo se necesita estar
vivo.
Pues bien, el cuadro de la semana de
Joan Miró, la esperanza de un condenado a muerte, es reflejo de todas esas
dudas sobre el momento frente a la certeza de que ha de venir seguro la muerte.
Muchas decisiones de nuestra vida,
nuestra misma forma de vivir, de ver las cosas, entender el mundo,
relacionarnos con los demás, utilizar nuestro tiempo, variarían radicalmente si
tuviéramos la valentía de enfrentarnos a esa certeza más a menudo, si
tuviéramos esa certeza incorporada a nuestro día a día, a cada momento de
nuestra vida, y nos visualizáramos en ese tránsito definitivo, en ese adiós
final, en esa despedida última, en la que toda la vida, dicen, pasa por nuestra
mente en un flash back último y definitivo que contiene la esencia de lo que hemos sido, y
de los acontecimientos, las personas, las vivencias, sentimientos, emociones,
alegrías y tristezas, fundamentales en nuestra existencia.
Miró trata de parar ese momento final
en su cuadro, lo anticipa y recalca que hay que tener, pese a todo, esperanza
en ese día a día por tratar de ser mejores y vivir mejor.
Difícil tal vez, no imposible.
El cuadro, un gigantesco tríptico
ocupa tres paredes enfrentadas de la fundación Joan Miró de Barcelona,
recomiendo verlo en su monumental magnificencia, ninguna reproducción podrá
replicar el carácter colosal, sobrecogedor, abrumador, como la muerte misma,
del cuadro.
Miró conceptual en un cuadro sobre
nuestra esperanza…
El paseante
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