Mi vecino el barquillero, todos los días se va al Retiro a vender sus barquillos a los niños que hacen giran la rueda por si les toca otro barquillo más.
Se trata de un oficio tradicional madrileño en extinción, sus antepasados fueron ya barquilleros, y él continúa con ilusión la tradición familiar.
Deliciosos barquillos de mi infancia que me compraba mi abuela cuando me llevaba al parque, que casi siempre se me rompían entre las manos o acababan cayéndoseme al suelo y manchándose de tierra.
Para pedir otro bastaba con llorar desconsoladamente, el mejor lenguaje, el no verbal, para conseguir algo.
Los barquillos de los días felices de mi infancia.
Ese tiempo lleno de sol y cariño en el que mi alma crecía y se hacía grande por momentos, tendida al sol de la mañana como una sábana blanca, pura, aún sin manchar.
Besos,
el paseante
Se trata de un oficio tradicional madrileño en extinción, sus antepasados fueron ya barquilleros, y él continúa con ilusión la tradición familiar.
Deliciosos barquillos de mi infancia que me compraba mi abuela cuando me llevaba al parque, que casi siempre se me rompían entre las manos o acababan cayéndoseme al suelo y manchándose de tierra.
Para pedir otro bastaba con llorar desconsoladamente, el mejor lenguaje, el no verbal, para conseguir algo.
Los barquillos de los días felices de mi infancia.
Ese tiempo lleno de sol y cariño en el que mi alma crecía y se hacía grande por momentos, tendida al sol de la mañana como una sábana blanca, pura, aún sin manchar.
Besos,
el paseante
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