84 – Redecora tu
vida 2.
Qué diablos habría hecho Bruttini con su manía de
redecorarle la casa?, Carballo llegaba a la noche después de un duro día de
trabajo en la comisaría y contemplaba desde la acera de enfrente de la Gran Vía
la fachada de su edificio de apartamentos, las ventanas estaban apagadas,
habría terminado ya de redecorarla o tal vez hubiera dejado para más tarde su
propósito, o habría, esto sería lo mejor, desistido definitivamente de llevarlo
a cabo?, todo eran dudas, miraba hacia
sus ventanas y las veía apagadas, qué le esperaría al entrar en el apartamento?
Le daba miedo subir, decidió ir a tomar un whisky al Divas
Club , el alcohol le ayudaría a pasar el mal trago, se encaminó hacia el Divas
por la calle Hortaleza, directo a Chueca, el ambiente era ya de viernes noche,
mucho loquerío, jóvenes gays pululaban de un lado para otro enfebrecidos buscando plan, entre ellos se hacían bromas,
parecían adolescentes, Carballo se preguntó si ser gay consistía precisamente
en eso, en ser siempre adolescente, hasta la muerte, no estaba mal el panorama,
les exaltaba la alegría de vivir, la ilusión, la búsqueda de la felicidad,
nunca desistían, nunca tiraban la toalla, seguían hacia delante, divirtiéndose,
cuando llegó al Divas pudo ver a la entrada a un par de forzudos matones que le
miraron con gesto avieso, Carballo pensó si serían los nuevos porteros del
local o si se trataría de dos clientes, en cualquier caso él entró y bajó las
escaleras con paso decidido, aquello era ya como su casa, al pasar junto a la
cerillera ésta le guiñó un ojo y le sonrió, Charito era muy simpática siempre
con el Comisario Carballo, había sido cupletista en su juventud y había llegado
incluso a conocer a Celia Gámez con la que las malas lenguas decían que había
tenido un affaire, el camarero solícito acompañó a Carballo a su velador habitual, ni muy lejos
ni muy cerca del escenario, en un discreto rincón a salvo en una media penumbra
de las miradas de los curiosos, cuando se sentó el camarero le preguntó: lo
habitual Comisario?, Carballo asintió con la cabeza mientras encendía un
farias, al momento el elegante camarero de sonrisa profidén, pelo engominado,
pajarita y mandil negro, puso delante de Carballo una copa de coñac del tamaño
de un balón de fútbol y le sirvió un trago más que largo larguísimo de Jack
Daniels, su whisky favorito, el ambarino líquido fue escanciado
ceremoniosamente por el muchacho sobre el abundante hielo haciéndolo crepitar como
si fueran trozos de un iceberg, Carballo tomó la copa de balón con la palma de
la mano y lo removió delicadamente como en un ritual religioso, en una
ceremonia iniciática, tomó un trago del delicioso néctar que al momento tuvo un
efecto calmante sobre sus nervios, entonces pensó: a la porra con Bruttini, a
la porra con mis muebles, a la porra con la cantimplora de las excursiones, a
la porra incluso con la palita de jugar con la arena, a la porra con todo, y al
final añadió para sus adentros: a la porra conmigo mismo, dicho lo cual se asustó
un poco cómo dándole la impresión de que los efectos del alcohol estaban yendo
demasiado lejos demasiado deprisa, miró la ondulante piscina de whisky dentro
de la copa y pensó que tal vez si se tomaba todo aquello no lograría nunca llegar
a casa, pero luego pensó también que tal vez de eso era de lo que se trataba,
de perderse del mundo, olvidarse de sus obligaciones, su pasado, su presente y
hasta de su futuro y ser él por fin de nuevo como cuando era joven y libre y no
tenía tantas ataduras.
Su voz interior se calló, las luces se apagaron y se
encendieron las candilejas del escenario, la orquestina comenzó a tocar una
melodiosa música llena de un decadente y nostálgico romanticismo, Carballo,
como melómano que era, identificó enseguida la música: el vals de la Viuda
alegre de Lehar, una de sus favoritas, nara nana na ranana nararara…, entre el
alcohol y la música Carballo tuvo la sensación de levitar, como si hubiera
fumado marihuana, algo que nunca había hecho, pero que imaginaba debía
proporcionar esas mismas sensaciones, y pensó si el whisky no llevaría algo más
cuando vio que sobre el escenario apareció ni más ni menos que Bruttini
travestido una vez más en la Brutta, en una hermosa mujer, sensual, que desnuda y envuelta
en una gran boa se movía de una manera deliciosamente erótica y sugerente, una
luz rosada teñía su piel de deseo a los ojos del comisario. Carballo no salía
de su asombro, parpadeó con fuerza pero Bruttini seguía allí moviéndose
provocativamente sobre el escenario, no eran cosas del whisky, no se trataba de
ninguna alucinación, decidió beber otro trago y relajarse, estar tranquilo, la
vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida…
Naranana naranana naranaranarana...
Naranana naranana naranaranarana...
(continuará)
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