60 – Muñequita linda
Apenas se sentó en el pequeño velador justo delante del escenario todas las luces se apagaron y se hizo un silencio absoluto, como si el mundo se hubiera acabado en aquel pequeño sótano del Divas Club y acto seguido un potente foco, como un rayo preciso, cayó sobre el escenario trazando en él un círculo de luz, y entonces apareció la más grande, la gran diva, la divina, la Brutta, o lo que es lo mismo, el Subcomisario Bruttini totalmente desnudo sobre el escenario, solamente adornado con unos largos collares de cuentas de cristal que casi rozaban el suelo, y llenaban de brillos la oscuridad de la sala, pero, oh sorpresa, el gran Bruttini era en realidad una mujer, un cuerpo espléndido de mujer con unos pechos colmados y turgentes, con unos sensuales pezones, con un vello púbico delicadamente recortado, con unas nalgas esféricas, perfectas, delineadas como por un escultor, como salidas del cincel del gran Miguel Ángel, y, sobre todo, con unas piernas deslumbrantes, aún más bellas encaramadas en unos zapatos con un altísimo tacón de aguja, allí estaba, sí, era él, parecía magia, el gran Bruttini era como el gran Houdini, un mago que convertía a los ojos de todos aquellos caballeros que extasiados le miraban, su cuerpo de hombre en un cuerpo de mujer, y su varonil rostro de subcomisario de policía en un sensual rostro de diva, Bruttini lucía una preciosa cabellera rojiza que parecía una llama que se elevara sobre él y que hacía derretirse a todos los caballeros presentes que atónitos le contemplaban sin poder pronunciar palabra.
Aquello era demasiado para Carballo, él modestamente se había atrevido a ponerse su uniforme de crossdresser pero mostrarse así, totalmente desnuda, era demasiado, Bruttini había conseguido una vez más sorprenderle, le había dejado KO, le había atrapado en la magia de ese milagro de su cuerpo, de esa ensoñación, de esa irrealidad o alucinación, que ante él tenía, casi al alcance de la mano de tan real como parecía, y entonces Carballo, el Comisario Carballo, el gran mito de la criminología, sólo entonces, y por primera vez pensó:
- Estaré enamorado de Bruttini?
La pequeña orquesta hacía sonar los últimos compases repetidos de la canción que Bruttini acababa de interpretar sobre el escenario mientras él salía al galop del escenario moviendo sus nalgas provocativamente, todos los caballeros quedaron boquiabiertos con los monóculos caídos sobre las solapas de sus chaquetas de la sorpresa y la emoción, la música mientras seguía sonando de fondo:
Sí te quiero mucho,
mucho, mucho, mucho,
tanto como entonces,
siempre hasta morir”.
Muñequita linda,
de cabellos de oro,
de dientes de perla,
labios de rubí.
Dime si me quieres,
como yo te adoro,
si de mí te acuerdas,
como yo de ti.
A veces escucho
un eco divino,
que envuelto en la brisa
parece decir:
“Sí te quiero mucho,
Sí te quiero mucho,
mucho, mucho, mucho,
tanto como entonces,
siempre hasta morir”.
Muñequita linda,
de cabellos de oro,
de dientes de perla,
labios de rubí.
Dime si me quieres,
como yo te adoro,
si de mí te acuerdas,
como yo de ti.
A veces escucho
un eco divino,
que envuelto en la brisa
parece decir:
“Sí te quiero mucho,
mucho, mucho, mucho,
tanto como entonces…
siempre hasta morir,
siempre hasta morir,
sí te quiero mucho,
mucho, mucho, mucho, mucho,
siempre hasta morir…
(continuará)
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