jueves, 6 de noviembre de 2014

Alfonsina y el mar (Un asesino en las calles 61).




61 – Alfonsina y el mar

En el número final del espectáculo Bruttini aparecía vestido de burbuja Freixenet, con un ceñido body de resplandecientes lentejuelas doradas y un gorro con un enorme penacho de plumas de marabú de variados colores que parecían los chorros de una fuente sobre su cabeza, tan grandes eran las plumas que al bailar sobre el escenario acariciaban la bóveda de viejos ladrillos del sótano en el que se encontraba el Divas Club, aquella bóveda parecía como si fuera el estómago de una ballena, y Carballo pensó en Bruttini como en un Jonás que prisionero de la ballena pretendía, haciéndola cosquillas en el estómago con sus plumas, que abriera la boca y así poder salir y quedar libre, imaginaciones de Carballo que luego pasó a preguntarse de qué ballena quería en realidad salir Bruttini y qué ballena le tenía preso, metafóricamente hablando, por supuesto, tal vez esa ballena se llamaba incomprensión, brutalidad, soledad, falta de cariño, añoranza, tal vez se llamara insatisfacción, aburrimiento, falta de motivos para seguir viviendo, tal vez Bruttini se había convertido en lo que era ahora mismo allí evolucionando sobre el escenario, haciendo piruetas, para huir sencillamente de él mismo, de ese yo que con frecuencia nos oprime, nos esclaviza, nos maltrata.


Y de qué ballena quería en realidad salir Carballo?, se preguntaba Carballo a sí mismo, tal vez de las mismas ballenas que Bruttini, por eso seguramente se entendían tan bien los dos, porque eran en realidad dos almas gemelas, dos incomprendidos de la vida, dos náufragos de los sentimientos.
Bruttini cantaba Alfonsina y el mar mientras evolucionaba sobre el escenario con unos pasos de ballet clásico, era increíble, el chaval sabía no solamente tocar el piano y cantar, además sabía bailar ballet y sabía interpretar con verdadero sentimiento, era, en definitiva, un self made man, es decir, un hombre hecho a sí mismo y lleno de posibilidades, o tal vez sería mejor decir una mujer hecha a sí misma, o una crossdresser hecha a sí misma tal vez, era, en definitiva, un ser humano hecho a sí mismo en el difícil arte de la vida.
Alfonsina y el mar en la voz azul de Bruttini llenaba el espacio de un sonido marino de caracolas y caballitos de mar, de melancolías, pérdidas y amores imposibles, de añoranzas y esperanzas acabadas, Alfonsina y el mar…, muy apropiado cantar esa canción dentro del vientre de una ballena, dentro de la cueva del Divas Club.
Iba terminando la actuación de Bruttini, se iban apagando las luces tenuemente, la orquestina hacía alargarse los compases con una profunda melancolía, Bruttini bajó del escenario de una manera sensual, delicadamente se acercó a Carballo, se sentó en sus rodillas, le acarició suavemente la mejilla y le besó con un beso largo y profundo que sabía a mar, a caracolas y a caballitos de mar, sin saber que Carballo era Carballo, creyendo que Carballo era simplemente una crossdresser más.

(continuará)


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